¿Porcionista? O eso es lo que intenta darme a entender el autocorrector del Word. Que en vez de pocionista, soy porcionista; y no quiero enfadarme pero estas indirectas tan ofensivas no se lanzan a la ligera y sin ningún motivo.
Hoy he sacado cuentas, como a mí me gusta. Por fetiches numéricos tengo que escribir 33 entradas en aproximadamente 28 días y digo yo: ¿cómo diantres voy a hacer eso? Está claro que más de una al día tendré que escribir, de eso no cabe duda. También puedo hacer trampas y escribir en Enero poniendo como fecha Diciembre (claro ejemplo de cómo sumarle días al año). Pero supongo que pueden suceder las dos cosas más probables: que no escriba 33 entradas en estos días o que sí lo haga, con motivo de estas fiestas tan navideñas puedo dedicarme a escribir un poco más de mi día a día y un poco menos de cosas que reflexiono. En realidad, si escribo de mi día a día puede que saque más conclusiones que si me pongo a ello de lleno.
Me he dado cuenta de que mis entradas son reciclables. Y eso es interesante porque me evito tener que repetir las cosas, o triste para este récord que me quiero marcar, porque así evito tener que repetir las cosas. Espera, ¿me estoy repitiendo? Esta mañana he leído la entrada de Navidad que escribí el año pasado (y que si queréis leer podéis ojear aquí) donde hablaba del olor de la Navidad. Este año también huele a Navidad, se nota en el frío de la calle que es un frío áspero en el que se te prende fuego la boca y te obliga a andar como un pingüino evitando airear cualquier parte del cuerpo por si el frío arrecia. El resto del año no lo piensas, porque las épocas no huelen, no te huele a verano ni a primavera, y aunque haga frío no tiene el mismo olor que cuando es Noviembre o Diciembre.
Este año noto menos lo de las luces, he de decir que he sufrido una transformación temporal debido a mi reciente estado anímico de zombie. He estado unos días como una zombie, otros como un despojo humano, y aunque escribí una entrada al respecto de mi melancolía, como otras muchas veces sucederá que nunca llegará a estar aquí, y se quedará en un rincón por si algún día, para no variar, la reciclo. De momento, creo que no es necesario y que estas cosas no deben regodearse. Lamentos aparte, la Navidad ha llegado así, como una ofensa, sin avisar y pillándote en la ducha a medio lavar; no he podido prepararme para recibirla y entre cosas y cosas está ahí como quien no quiere nada. Podría afirmar que si no fuera porque las vacaciones de la universidad son apetitosas y con ostento, no me habría percatado de ello.
Y he desarrollado un concepto de la responsabilidad inusitado. Las bibliotecas inspiran responsabilidad, la mitad de las personas están susurrando y otro tanto haciendo como que estudian, pero en ese ambiente no te queda menos que hacer algo, a falta de susurros. Y es ahí cuando una mañana te cunde tanto, que te ves con capacidades desconocidas de poder hacer las cosas, de concentrarte y sacar adelante las penurias del estudiante. Este es mi propósito de Fin de Año: estudiar. Y si entre todos los parientes consigo estudiar (algo que no hice el año pasado) y tener unos buenos post-reyes de aprobados y alegrías, habré conseguido algo que nadie consigue, cumplir los propósitos.
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