“Los humanos digitales se diferencian de los simplemente humanos porque no comparten resistencias, reacciones o prejuicios contra la tecnología; no la ven como amenaza ni temen que la especie sea destruida por inteligencias artificiales y/o robots; (...) su sistema nervioso se encarna con Internet.”. Estas son palabras de Iván Mejía, en un artículo escrito por él para el número 108 de la revista Telos. Me parecía conveniente hacer una breve introducción de lo que se consideran a día de hoy humanos digitales para poder hablar de un tema que me lleva atosigando semanas últimamente: el transhumanismo.
Mientras que los transhumanistas pretenden disponer de la tecnología más sofisticada para reforzar su corporalidad o aumentar sus capacidades cognitivas, los humanos digitales no ven el cuerpo humano como algo obsoleto y lo suman a la tecnología que les es útil para organizarse políticamente. Se trata de disponer de la tecnología actual y futura para tener una vida en perfecta armonía con la misma, sin necesidad de mezclar ambas en un propósito de ente futurista digno de las películas de Terminator. Sin embargo, en ocasiones hay una fina línea que separa a los humanos digitales de los transhumanitas, personalmente creo que se ve claramente en el aspecto de la medicina.
Múltiples son las disciplinas que ofrecen todo tipo de alternativas y nos permiten imaginar un futuro libre de defectos físicos. El transhumanismo busca despegarnos de esa condición débil de la especie que nos impide avanzar fisiológicamente, por parte de los humanos digitales estas disciplinas nos permiten estar en mayor sintonía con la tecnología, pero no como una necesidad para avanzar hacia un plano superior sino para mejorar nuestra calidad de vida, por así decirlo.
La compañía Organovo de San Diego (EEUU), ya obtuvo en 2014 el primer hígado producido con una impresora 3D, destinado a la investigación y a la prueba de medicamentos con una clara intención de poder implantar, en el futuro, órganos realizados por ordenador en pacientes que los necesiten. Centenares de personas en el mundo ya han recibido retinas artificiales, basadas en simular artificialmente el ojo con electrodos posados en la retina defectuosa para recrear la visión. Incluso alguno que otro habrá visto por la televisión a Neil Harbisson, el primer ciborg reconocido por un gobierno que, ciego a los colores, se implantó una antena que le permite “oír” los colores (incluso los que los humanos de a pie no vemos), así como recibir contenido multimedia o llamadas directamente a su cabeza desde sus aparatos electrónicos.
“El transhumanismo es la búsqueda del mejoramiento humano - físico, mental, moral, emocional o de otra índole - mediante procedimientos tecnológicos, en especial a través de las biotecnologías, de la robótica y de la inteligencia artificial. En su versión más radical, promueve el advenimiento de una nueva especie poshumana” Antonio Diéguez. Así es como se introduce el transhumanismo en primera instancia. Y sí, en una primera búsqueda al respecto, das con un montón de teorías que parecen disparatadas, sólo reservadas a las mejores mentes de la ficción científica.
Quien haya visto “Trascendence” podrá comprobar como Johnny Depp se vuelve un superhéroe al volcar su mente en Internet y descubrir que está al alcance de todo el contenido del universo, pudiendo así desarrollarse a niveles que el cerebro no nos permite y evitando así la muerte. La teoría más famosa del transhumanismo, lógicamente, es la de permanecer jóvenes para siempre y despedir a la muerte hasta nunca. Otra, aunque a muchos les debe sonar más que el transhumanismo, es la de hacer de Marte un planeta habitable cuando nos carguemos la tierra.
A pesar de todas estas teorías (en mayor o menor medida creíbles), el transhumanismo tecnológico, basado en la biotecnología, pretende dejar atrás la evolución darwiniana, evitando que la selección natural controle la evolución de la especie para ser nosotros los que le digamos a la evolución cuál es la selección. Se propone la muerte como una enfermedad más, que ha sido mortal hasta ahora porque nadie se ha dignado a contradecirla, y se propone, si no erradicarla, al menos convertirla en una dolencia crónica, como quien sufre migraña.
Esto no parece tan descabellado conociendo la técnica de edición genética CRISPR/Cas9, que se ha empleado en embriones humanos con éxitos recientes (como la eliminación de enfermedades cardiacas hereditarias). Sin embargo, todavía hay un problema, como cabe esperar, y es el reparo que hay por “jugar a ser Dios” (la UE prohíbe cualquier modificación genética que afecte a la línea germinal).
Este problema, basado principalmente en el supuesto del orden natural que no se debe tocar o, en mi opinión, el negarnos a nosotros mismos un poder a nuestro alcance sólo porque un Señor desde los cielos es el encargado de repartir la suerte por el mundo, intenta solventarse mediante el hecho de que la naturaleza nunca ha sido inmutable y que siempre se han realizado cambios evolutivos en la especie (nada recalca el hecho de que esta evolución tenga que venir de la mano de la naturaleza o si, por alguna casuística, es esta tecnología la que nos permite seguir con una evolución que, de otra manera, ya no tendría lugar).
La corriente más temprana del transhumanismo es la conocida como la filosofía de la extropía, que asienta un marco de valores y normas transhumanistas para mejorar la condición humana. De esta corriente se desprenden conceptos como el orden espontáneo: aparición espontánea de orden del aparente caos a través de la autoorganización (Wikipedia, por ejemplo, se considera como orden espontáneo); o libertario, característica de los extropianos que defienden el derecho al perfeccionamiento humano. Dentro de los libertarios hay dos posturas que se pueden considerar contradictorias, en función de si se trata de libertarismo civil o económico:
- Libertarios civiles: cualquier intento de limitar o suprimir el derecho al perfeccionamiento humano es una violación de los derechos y libertades civiles.
- Libertarios económicos: una economía de mercado libre puede lograr una asignación más eficaz de los recursos que la economía planificada o mixta.
Sin embargo, las ramas del transhumanismo son eternas, tantas como ramas sociales, económicas o culturales conozcamos si les añadimos la aportación tecnológica: abolicionismo, tecnicismo, tecnogaianismo, singularitarismo (proveniento de la singularidad tecnológica, que describe la posibilidad de que un equipo, una red informática o un robot sean capaces de automejorarse repetitivamente, dando lugar a un proceso fuera de control donde se crearía inteligencia muy superior al control y la capacidad intelectual humana), inmortalismo… incluso el posgenerismo, un movimiento que defiende la eliminación voluntaria del género en la especie humana. De esta forma se eliminan los problemas que generan los roles de género y las disparidades y diferencias cogno-físicas (las diferencias genitales ya no importarían culturalmente) y se relevaría la reproducción a la tecnología.
El principal problema que le he encontrado al transhumanismo, de cara a tratarlo como un tema de debate como si de política se tratara, es a la tendencia de la gente a pensar que la tecnología a estos niveles sólo puede ser usada para crear superhombres que acabarían con el universo matando a diestro y siniestro o, empleando las películas como argumento, recalcar que los robots son malos y se volverán en nuestra contra (Yo, Robot). Sin embargo, a pesar de todos los problemas que se le puedan otorgar al transhumanismo, la única pregunta que me planteo no es si es posible, sino cuándo llegará.
Foto: Hidrico
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