{Y llego la Navidad *again*}
¿A qué huele la Navidad? En ocasiones, me golpean sensaciones indescriptibles o con poco acierto para el descodificado. Y en esas ocasiones en las que me pierdo, me vuelvo un ser encerrado y discurro por las calles sin compasión hacia los peatones, y generando peligros por donde voy; descubro que un olor en una calle y una luz de un bar me sacuden con preguntas.
La Navidad me olía a castañas, a quemado, a miedo por las calles.
A castañas porque ya son varias veces las que he visto en las bocas de metro puestos de castañas, de estas que te dan 8, sin saber de qué tamaño por un euro. Nunca me han gustado las castañas, que es como no gustarte el turrón, porque son cosas típicas de fechas determinadas. Es ir a la playa y aborrecer el helado. Sólo que el verano discierne de la Navidad. No me gustan las castañas, ni los mazapanes, ni el cabello de ángel, ni el champán, ni las uvas sin pelar. Y las castañas no son más que la extensión o el ejemplo más significativo que representa al olor de las cosas típicas de Navidad que no me gustan.
A quemado porque todo se debe quemar. Las castañas se quema, las luces algún día amenazarán con chamuscarse por enteras y provocar un cortocircuito. Sería curioso que hubiese un apagón generalizado provocado por las luces de Navidad. Se queman las desgracias pasadas y se queman las promesas de Año Nuevo, por repetirnos y hartarnos cada año de prometer y prometer. Yo prometo no quemar las desgracias y recordarlas para siempre, así no me volverá a pasar lo que ya me ha pasado alguna vez. Así no me volveré a comparar, y así nunca dejaré de llorar. Porque las lágrimas, por mucho que huela a quemado, no se evaporan.
A miedo por las calles porque la gente siempre ha estado loca. El hecho de tener más miedo del que se debiera a menudo es porque las personas se aglomeran por las aceras. Ayer me hicieron el corte de manga. Me subí al ascensor y cuando se cerraron las puertas estaba llegando un chico, no pudo subir y al parecer le irritó un poco. La gente iba por la calle con lentitud desmesurada, alguien con dos bolsas de la compra, que se las pone una a cada lado ocupando todo el ancho el paso. La gente que camina lento, que te incita a adelantarlos por la izquierda y a que te choques con otra persona, empujando más para poder pasar en lugar de apartarte. Y piensas que eres un desconsiderado, porque estás portándote mal con la gente, pero la gente también se siente desconsiderada porque hace lo mismo y todos terminamos en Año Nuevo prometiendo no volver a ser desconsiderados nunca más. El miedo siempre está presente y siempre se ha dicho que hay animales que lo huelen, animales como el fenómeno navideño.
Y yo, un año más, pasaré unas Navidades con mi familia, con toda la extensión, y serán unas Navidades como las de película, con reencuentros, echadas de menos, luego echadas de más y fiestas y comida. Pero, debo añadir, que entre integral y sistema de partículas, siempre tendré tiempo para pensar, ¿cómo le huele a la gente la Navidad?
La Navidad me olía a castañas, a quemado, a miedo por las calles.
A castañas porque ya son varias veces las que he visto en las bocas de metro puestos de castañas, de estas que te dan 8, sin saber de qué tamaño por un euro. Nunca me han gustado las castañas, que es como no gustarte el turrón, porque son cosas típicas de fechas determinadas. Es ir a la playa y aborrecer el helado. Sólo que el verano discierne de la Navidad. No me gustan las castañas, ni los mazapanes, ni el cabello de ángel, ni el champán, ni las uvas sin pelar. Y las castañas no son más que la extensión o el ejemplo más significativo que representa al olor de las cosas típicas de Navidad que no me gustan.
A quemado porque todo se debe quemar. Las castañas se quema, las luces algún día amenazarán con chamuscarse por enteras y provocar un cortocircuito. Sería curioso que hubiese un apagón generalizado provocado por las luces de Navidad. Se queman las desgracias pasadas y se queman las promesas de Año Nuevo, por repetirnos y hartarnos cada año de prometer y prometer. Yo prometo no quemar las desgracias y recordarlas para siempre, así no me volverá a pasar lo que ya me ha pasado alguna vez. Así no me volveré a comparar, y así nunca dejaré de llorar. Porque las lágrimas, por mucho que huela a quemado, no se evaporan.
A miedo por las calles porque la gente siempre ha estado loca. El hecho de tener más miedo del que se debiera a menudo es porque las personas se aglomeran por las aceras. Ayer me hicieron el corte de manga. Me subí al ascensor y cuando se cerraron las puertas estaba llegando un chico, no pudo subir y al parecer le irritó un poco. La gente iba por la calle con lentitud desmesurada, alguien con dos bolsas de la compra, que se las pone una a cada lado ocupando todo el ancho el paso. La gente que camina lento, que te incita a adelantarlos por la izquierda y a que te choques con otra persona, empujando más para poder pasar en lugar de apartarte. Y piensas que eres un desconsiderado, porque estás portándote mal con la gente, pero la gente también se siente desconsiderada porque hace lo mismo y todos terminamos en Año Nuevo prometiendo no volver a ser desconsiderados nunca más. El miedo siempre está presente y siempre se ha dicho que hay animales que lo huelen, animales como el fenómeno navideño.
Y yo, un año más, pasaré unas Navidades con mi familia, con toda la extensión, y serán unas Navidades como las de película, con reencuentros, echadas de menos, luego echadas de más y fiestas y comida. Pero, debo añadir, que entre integral y sistema de partículas, siempre tendré tiempo para pensar, ¿cómo le huele a la gente la Navidad?
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