¡Cómetelo! O al menos eso ponía esta mañana en el suelo del vagón del metro. Entro y me siento, siempre en el suelo, es el sitio reservado para las personas sin prisas y sin ganas de pelea. Y ahí estaba, escrito sin más y escrito con tilde, que es lo más maravilloso del mundo. Pero hoy no tengo ganas de comerme el mundo, mañana probablemente tampoco.
No soy de esas personas que buscan comerse el mundo. Puede que me haya apagado hasta ese nivel. Ni siquiera es que me importe. Me gusta más ver cómo los demás se comen el mundo, tanto si fracasan como si triunfan. Y no porque intentarlo también sea un logro, sino porque a veces algunos se merecen en fracaso.
No sé cómo son los mundos de la gente. Me gustaría ser una espectadora de mundos, ver las realidades de cada uno, sorprenderme descubriendo cómo pueden haber tantas versiones del mismo hecho. Me gustan los mundos de los demás, aunque no los conozco, me gusta saber que pueden no llegar a gustarme, aunque me gustaría poder comprobarlo por mí misma. No soy una persona de mundo, tengo una visión muy restringida de la magnitud del mismo, soy como un burro al que le obligan a mirar hacia delante, con un solo mundo intentando ver los demás.
Mi mundo gira alrededor de los mundos. Pero yo no sé alrededor de qué giran los mundos de los demás. Creo que todo sería mucho más fascinante si a todos nos interesara qué es lo que hace girar el resto de mundos, alrededor de qué estrella peligrosa y fundamental giran cada uno de ellos. Por lo visto soy la única que se interesa por los mundos, pero eso es algo que está gastado de tanto mirarlo. Lo sé, desde hace mucho tiempo, los mundos no interesan. Más para mí, que puedo verlos todos. Probablemente sea lo único que me queda.
No soy una espectadora de mi vida. Ser espectadora de la vida de los demás no me hace pasar por la mía sin pena ni gloria. Escoger es algo bonito, querer vivir de espectador es aceptable como cualquier otra cosa. Soy un relojero. Me gustan los relojes, se pueden sacar analogías de casi todo a partir de un reloj, puede que en parte porque el tiempo forma parte de todo. Soy como esos artesanos del tiempo que entienden los interiores y se despreocupan por el exterior. A mí me interesan los mundos, no si son grandes o pequeños o si giran más deprisa, si son elegantes o quizá extravagantes; me gustan los mundos de las personas, los propios, los que quieran comerse o los que de vez en cuando se alineen con ellos.
Puede que me pase la vida esperando que algún mundo eclipse mi estrella. Puede que para eso, primero necesite una estrella alrededor de la cual gire mi mundo. Puede que yo sea más un satélite. Un satélite que va de mundo en mundo, gira en torno a él y luego cambia de órbita hasta el siguiente, intentando tejer una red entre todos ellos que sirva para algo. Igual así, quizá un día no me coma un mundo, sino que me quede con él.
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