Toca el recuento. O eso dicen. Toca mirar hacia atrás, concretamente 365 días para no perdernos en el recorrido del recuerdo y ver hasta dónde nos ha llevado este año. Hace mucho tiempo que me desespero porque no escribo lo suficiente por aquí, a pesar de que se me ocurren demasiadas cosas que contar. Pero este año, por primera vez, no me parece nada malo sino algo positivo, a fin de cuentas, significa que he estado lo suficientemente ocupada para no preocuparme siquiera por este lugar.
Año nuevo, vida nueva. Nunca he entendido esa frase, porque yo este año (como muchos otros) no quiero que me cambie la vida porque pasado mañana sea 2015, un año más, un año diferente. Quiero seguir como he seguido este año porque ha sido un año bueno. Recuerdo lo primero que escribí en 2014, y decididamente fue algo bastante nefasto, lo suficiente como para creer que el año debería acabarse lo antes posible. Ni más lejos de la realidad; supongo que a todos los ha pasado lo que lo mal empieza bien acaba, o que es mejor prevenir que curar. Cuando el año se empieza con pies de plomo, o con el alma en los suelos, es de recibo seguir adelante con lo peor sobre los hombros. Pueden pasarte más cosas malas, ya sabemos que éstas nunca se dan por vencidas, pero sin duda no te afectarán de la misma manera.
Debemos despedir el año como lo que es: sólo un año más de nuestras vidas. No se acabará el mundo por este año, ni nos dará un vuelco que nos marcará por siempre, ni será un año para recordar seguramente. Simplemente y año más, triste pero cierto. Creer que este año será el más importante o dictatorío sin haber vivido los que nos quedan (a no ser que haya sido el último año de alguien, en cuyo caso nunca ha llegado a esta reflexión) es completamente absurdo. Es creer que el presente es más importante que todo lo demás. Y sí, vivir en el presente, no te preocupes por lo que no ha llegado, bla, bla, bla… está muy bien, pero eso no quita que debamos otorgarle un reconocimiento inmerecido.
Hablaba hace no mucho con un amigo mío sobre mi resumen de 2013. Sinceramente, ése si que fue un año nefasto (según como se mire). Pasé una crisis de personalidad importante, me centré en cosas que no merecían la pena y terminé harta hasta decir basta. Algo bueno debo haber hecho este año, porque 2014 sin duda sí que es otra vida distinta a la de 2013. Sin embargo, el año que viene trae consigo cosas verdaderamente importantes y definitorias en mi vida: tengo que terminar la carrera cueste lo que cueste, encontrar trabajo y definir ya mi vida como adulto y olvidarme de hacer tonterías (que tampoco las hago, más de uno sabe que soy una vieja encerrada en un cuerpo con 22 años). Esto no supone una nueva vida, ya no, es más bien un cambio en la misma, algo que se veía venir desde que tenía ocho años, cuando me daba pánico pensar qué sería de mi vida cuando fuese mayor (ya de pequeña los cambios me producían dolor de cabeza).
Supongo que cada uno se toma el fin de año como más le apetece, diga yo lo que diga. Pero mi pequeño resumen de esta habladuría absurda es que los años suman, pero también restan. Y lo único que nos debe preocupar de 2015 es que al final de éste, podamos hablar de él como un enriquecedor de nuestra única vida, y no como un pésimo año que nadie quiere recordar. Eso no lo podemos hacer así como así, pero para algo existen las referencias. Si has pasado un buen año, sigue así. Si no, ya sabes cómo cambiarlo; consiste en no repetir las mismas estupideces que seguramente llevas haciendo toda la vida. A mí me costó entenderlo y al final lo conseguí, aunque nada es gratis y siempre pierdes cosas por el camino. Es como el año nuevo, cuando te quieres dar cuenta, te queda un año menos que vivir.
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