El orgullo de mirar hacia atrás y ver lo que has dejado es algo que nos ha pasado alguna vez. Te alegra saber que hiciste lo correcto abandonando esto o aquello, miras a los que compartieron pasado contigo - y se han quedado en el camino - de otra forma, como una confirmación de tus logros, una prueba de que dejaste las ruinas de una ciudad y construiste otra por tu cuenta.
La capacidad de desprenderse no es algo sencillo y mucho menos innato. Puede ser por nuestro afán obsesivo de controlarlo todo, de necesidad insatisfecha constante, de posesión ilógica... hay mil y un motivos por los que no desechar y mirar hacia delante, cada cual más complejo e interesante. En mi caso, por si alguien le inteeresa, es la posesión. Si mis riquezas se midieran por todo lo que yo considero que me pertenece de alguna manera, la reina de Inglaterra me envidiaría. Aún así, siempre es bueno tener claro que por mucho que desarrolles sensación obsesiva, no es más que eso, y puedes seguir disfrutando de mirar hacia atrás con orgullo.
El problema acontece cuando eso no se produce. ¿Qué pasa con lo que debe pero no quieres que permanezca atrás? Hace un par de días leí un libro llamado "¿Quién se ha llevado mi queso?", que habla de las formas de afrontar el cambio. La metáfora del libro viene a ser algo como que si el queso se mueve, te muevas tú con el queso. No te quedes lamentando que el queso desaparezca, ve a por él de nuevo. En el caso que nos incumbe, la metáfora nos dirá que lo que hacemos es comer queso en mal estado a pesar de que nos sentará mal. El buen queso está en otro lado, pero nosotros insistimos en roer el podrido.
Todos tenemos ese tipo de pasado del que evitamos desprendernos, como un juego personal contra ti de tira y afloja; como la mayoría de los problemas en la vida, que sólo te incumben a ti aunque impliquen a los demás. A veces es un juego divertido en el que te ríes de ti mismo sabiendo lo que se avecina, otras es un juego desesperante en el que consigues que tu pasado te persiga porque así lo has querido. Cuando ya tienes práctica lo alejas y acercas a partes iguales, y cada vez que ves venir ambos te resigna: has conseguido que tu estómago tolere el queso rancio. ¿Lo malo? Todo. ¿Lo bueno? Nada. Estancamiento. No se puede uno enorgullecer de avanzar por el mar arrastrando un ancla por el fondo.
Me atrevo a decir que todos arrastramos algo del pasado sin querer, una carga sobre nuestros hombros que está pero no se deja ver, una compañía agónica por el camino que se ríe de ti sin saberlo. Nuestra paranoia particular sacada de ninguna parte. Supongo que, a pesar de todo, no podemos quejarnos de lo que elegimos. Algunos arrastran el pasado porque tienen personalidad débil, otros porque no saben cómo evitarlo, otros encontramos algo excitante en hacerlo por nuestra naturaleza masoquista y, los mejores, no arrastraránnada. Ellos son los auténticos orgullosos de su camino e incluso varios ni siquiera lo sentirán. Eso ya es lo de menos.
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