Me gusta que me cambien las ideas, me gusta hacerme escritorios y andar como Jesús sobre las aguas. Lo primer me pasa con frecuencia porque creo que desarrollar tus pensamientos es consecuencia lógica del propio pensar y porque no es lo mismo cambiar de idea que cambiar las mismas. Es más productivo y placentero si te las cambian otros, si consigues llenarte de puntos de vista favorables pero también nocivos, que de éstos se aprende todo de la persona. Igual es que los demás no son dados a invasiones cerebrales por si descubren que sus ideas no valen nada al lado de otras profundas y colmadas de significado.
Lo segundo es algo que tiendo a hacer con frecuencia siempre a costa de los demás. Crear escritorios implica acaparar espacio, e incluso a veces habitarlo impidiendo que otro venga a ocuparlo. No niego que es un poco egoÃsta de mi parte, pero en mi defensa argumento que me gusta tener todo esparcido, con un orden caótico, para verlo desde lejos.
La tercera no la hago nunca. No porque, obviamente, sea incapaz de andar sobre el agua, sino porque una vez más antepongo la situación a mi vida. Puede que alguna tarde haya salido de mi casa, cogiese el metro hasta una parada aleatoria y únicamente estuviera acompañada, durante horas, de mi música y pensamientos. Pero hace demasiado tiempo que no lo hago, demasiado tiempo que no hago muchas cosas.
Demasiado tiempo que no pienso como antes, que no hilvano las palabras perdiéndome en su significado, que no invento ni desconcierto. Puede que no me importe, he sustituido el pensamiento abstracto por la idea directa, la filosofÃa de no rendir ante nadie, de no ser malinterpretada. Siempre he sido bastante dura, directa, reservándome la locura para mis momentos sentada frente a nada. Puede que no me importe, he decidido ser directa de pensamiento y palabra, que me dará lo mismo decirlo todo con dos palabras a que llenar letras de vacÃo.
A veces me dicen que he cambiado, y no lo niego, pero no de la forma condescendiente y manipulable que los demás creen. Digo lo que me apetece y no es más que verdad sin teatro y mis sonrisas valen lo que significan. Es menos cansado estar serio que reÃrse, pero yo sonrÃo, porque puedo y porque es importante. Me rÃo de ti, de la viea y de todos, pero también puedo reÃrme contigo, con las ocurrencias y porque me apetece. Lo mejor de todo es que puedo hacerlo a la vez y en un simple gesto
Es posible que haya cambiado el pensamiento abstracto por sonrisas y que, al final, siempre termine diciendo demasiado sin que nadie lo entienda.
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