Los problemas están ahí. Nunca se van, o si se van siempre vuelven, te adolecen, te ahogan, te retuercen, se te meten en la piel y habitan debajo de ti esperando que te hagas una herida para salir corriendo y atacarte de improviso. Los problemas son una segunda capa, una máscara oculta, la segunda cara que siempre decimos no tener, pero que todos sabemos que tenemos. Los problemas adolecen, ellos también sufren, sufren con tu sufrimiento pero disfrutan con ello porque están hechos para ser dañinos, para dejarse llevar por la desgracia. Un problema sin dolor es un problema triste, ajado, un problema que no cumple su función en la vida. Un problema amortajado es un problema feliz, con vitalidad, que actúa con más atrevimiento y que es capaz de arrinconarte sin apenas darte cuenta.
Yo siempre he usado una expresión para referirme a mí y a mis estados depresivos: “me gusta ahogarme en vasos de chupito”. Se puede interpretar como un guiño a mi estatura o, de forma más macabra, necesito bien poco para sumirme en la desgracia. Supongo que lo interpretaría de las dos formas posibles. No suelo actuar con cordura, lógica o un coherente razonamiento; digamos que simplemente actúo, de forma muy dispar según la ocasión. En situaciones en las que cualquiera se desmoronaría simplemente miro sin ver, espero que todo vaya a mejor y actúo en consecuencia; en ocasiones sencillas me deprimo o todo lo contrario, nunca se sabe cómo actúo y nunca actúo de la misma forma ante dos situaciones similares.
Pero los problemas son los mismos te enfrentes a ellos como te quieras enfrentar, y sólo los problemas tienen la cualidad de resolverse de mil formas válidas y erróneas. Te dan la posibilidad de elegir caminos, son puntos de inflexión en el viaje, letreros de carretera que debes escoger. A nadie nos gusta escoger, porque siempre dejamos algo de nosotros detrás que nunca sabremos, hasta que pase, si lo querremos recuperar en algún momento de nuestra vida. Pero sabemos que si queremos tener vida debemos escoger, que la vida no es más que dejar partes de nosotros por el camino, rehacernos una y otra vez y quizás llegar a un punto de inflexión donde anteriormente habíamos dejado algo y tenemos – a parte de escoger para continuar – la opción de recuperar ese cachito perdido.
Soy una mujer de cuentas, muchas cuentas, y a veces las cuentas se disparatan. Son como los problemas, no se pueden manejar. No puedes hacer la vida en base a unas cuentas porque llega un momento en que te pierdes, y la cuenta de toda tu vida se va al traste y puedes empezar de nuevo o inventarte la cuenta y seguir por un camino de mentira que te llevará a un resultado erróneo. La ley está en empezar de nuevo, siempre. Pero no podemos llevar una vida rehecha una y otra vez, en algún momento tendremos que elegir una vida que seguir, ya que no se pueden vivir mil vidas sin pertenecer a ninguna. Una vez vi una película: “Las vidas posibles de Mr. Nobody”. Este hombre contaba su vida y cada vez lo hacía de una manera distinta. Al final, te había contado muchas vidas distintas y terminabas sin saber cuál era la verdadera. Incluso ahí, en una película, escoger la vida correcta dependía de ti.
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