Hoy he decidido algo. Algo que supongo importante porque siempre lo he considerado una virtud y ahora, tras tanto tiempo, he argumentado satisfactoriamente que más que un defecto es una soberana estupidez. Y si por algo me caracterizo es por no soportar las estupideces, en una clara mofa de mà misma, que en ocasiones puedo ser la más necia de todos.
He descubierto que carezco del don de la simpleza. Siempre he dicho: yo es que lo pienso todo, yo es que me tomo en serio las decisiones que realizo, yo es que soy más inteligente porque soy capaz de ver más allá del problema. En muchas ocasiones habré llegado a decir en este blog – y si mal no recuerdo ocasiones bastante recientes – que la gente tomaba las decisiones incorrectas y luego se arrepentÃa de ello, o no era capaz de darse cuenta de lo que sucedÃa a su alrededor porque no pensaban las cosas tan bien como yo. Pues bien, señores, un aplauso para ustedes y un tortazo para mà porque soy la perdedora en todo este asunto.
Una cosa es que no seamos conscientes de la realidad por palurdos, en cuyo caso me considero bastante curiosa y atinada como para mantener una conversación de la sociedad sin caer en la monótona conversación sin argumento alguno. Pero otra muy distinta, y es lo que estoy empezando a considerar como estupidez y defecto, es el hecho de pensar tan bien – o tan mal – las cosas. Darles la vuelta, mirarle a los problemas las bragas por debajo de la falda, intentar desabrocharles el sujetador sin avisar, tocarle sus partes nobles por si las moscas; faltas de consideración hacia unos vecinos que no pintan nada. Los problemas simplemente vienen, los resuelves y se van, no piden nada más; no piden que te desgarres el alma, te desgañites chillando por ellos ni que incendies la casa con el humo de tus pensamientos. ¡Que cosa tan simple!
Me he propuesto – porque no nos vamos a engañar, probablemente las cosas sigan como hasta ahora – dejar de preocuparme tanto por los problemas. Si vienen los resuelvo y sigo adelante, no los cojo, los miro y remiro – como esa curiosa cancioncilla del moco – y los moldeo de múltiples maneras hasta encontrar la figura que me gusta. Porque aunque puede que deje de encontrar la solución óptima – y he de decir que el repensar las cosas me ha traÃdo más desgracias que fortuna – seguramente encontraré una solución válida que me evite los dolores de cabeza y demás penurias en el resto de aspectos de mi vida. Porque un problema que rápido se acaba es un quebradero menos de cabeza que te impide hacer otras cosas.
¿Qué te pasa algo? Pues te pasó, y deja de darle vueltas y de gritarlo a los cuatro viento como si fuera un hecho aislado que sólo te pasa a ti, que eres la única que le da demasiada importancia como para hablar del mismo. Seguro que lo que te pasa a ti le ha pasado a muchÃsima gente, solo que éstos no se acuerdan porque lo despacharon con celeridad en su tiempo. Supongo que se me da bien eso de hacer montañas, sea con granos de arena, con espigas de trigo o con harina para freÃr. A lo mejor también influye el hecho de darle un poco de normalidad a las cosas, que aunque a todos nos guste ser singulares, quizá con nosotros basta, dejando los problemas a un lado.
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