Leí en alguna parte, no hace mucho, a alguien que decía que hay que vivir la vida, no sobrevivirla. Creo, en parte, que todos deberíamos cumplir a rajatabla esta expresión pero, lamentablemente, la otra parte sabe que en estos tiempos es prácticamente imposible llevar a cabo ese propósito.
Durante tu vida, más allá de la infancia y adolescencia donde no eres consciente de nada y todo parece que se sustenta solo, como quien cree que el dinero cae del cielo o que los regalos aparecen mágicamente bajo el árbol en Navidad; descubres poco a poco que hay dos tipos de personas: las personas que viven bien y las personas que viven mal. Yo no puedo decir que haya vivido mal, si me pongo a comparar con gente que esta muchísimo peor que yo y no se queja lo más mínimo. Pero por mi situación me centraré en la sociedad en la que vivo y permítanme la licencia de excluir al resto del mundo durante unos momentos.
El hecho de que las personas se dividan en estos dos tipos es que si en algún momento se llegan a cruzar, serán incapaces de entenderse entre ellos. Es lo que tiene cuando unos viven muy abajo y otros tan arriba, o lo que pasa cuando a alguien lo educan desde las bases del civismo y a otros directamente no los educan – lo que se viene llamando malcriar –.
Hay gente que no ha aprendido nunca a atacar antes de ser atacado, a poner una sonrisa cuando en su lugar lo que querrías es derramar todas las lágrimas contenidas, a dejar de lado las superficialidades por lograr lo prioritario, a no conseguir lo que uno quiere, a buscar alternativas prácticas en lugar de empecinarse, a que los sueños nunca se hagan realidad, que después de una patada viene otra, que de lo malo siempre se puede sacar lo bueno y algo peor, que la vida hay que lucharla. Todo esto que hay mucha gente que nunca ha aprendido, son cosas que luego no valoran, no entienden, dan lugar a mofa, a risa y a jolgorio.
Las personas también se quejan de que no cuentas las cosas. Sé que nadie es adivino, sé que la gente no puede saber lo que me pasa si no lo digo, pero por lo visto hay algo que tampoco han aprendido: a empatizar. Eso lo sé hacer yo y lo sabe hacer cualquiera que de veras tenga un interés sincero en otra persona. Pero nadie lo tiene, porque no los han enseñado a ello. Hasta una piedra tiene más empatía que muchas personas de las que he conocido.
Estas semanas han sido semanas complicadas. Semanas de reír en lugar de llorar. Semanas de llorar cuando nadie te mira. Hay que luchar por los demás, si es posible, porque me enseñaron que es mejor llorar a escondidas si con eso puedes alegrarle la vida a alguien. Porque los valientes también lloran, porque hay que dar la cara, porque hay que ser fuerte por todos, mantener la compostura. Es muy diferente a hacer como si no pasara nada. Yo no necesito decirle a nadie lo que me pasa, y me da igual si la gente empatiza o no, me da igual si luego me llevo represalias, nunca me ha hecho falta la gente y ahora mucho menos. Pero es una lástima que sea así para todos, cuando muchos otros sí necesitan un apoyo, necesitan la compresión y una sonrisa. No necesitan que les amargues la vida, no necesitan escuchar tus desgracias a menos que te lo pidan.
Hay momentos para todo. Yo tengo momentos es lo que quiero compartir algo, entonces es cuando primero veo si puedo decirlo y luego lo comento. Mientras, hago felices a los demás porque eso me hace feliz. Sé que aunque yo tenga un día malo, aunque tenga mil problemas, puedo conseguir que alguien tenga un día menos duro si adopto una actitud risueña a una actitud de alma en pena. Parto con ventaja, porque mi mal carácter me permite en ocasiones no estar contenta, simular malhumor donde sólo hay tristeza, y tirar con ello mientras pueda, alternándolo con sonrisas.
Mientras siga habiendo gente en el mundo que no entiende nada, gente que no hace nada por los demás, no llegaremos a ninguna parte. Porque no necesitas arreglarle la vida a la gente para sentirte realizado o para que, así, las personas te miren con buenos ojos. A veces los pequeños actos también cuentan, a veces los pequeños actos no son tan pequeños como pensamos. Tan sólo necesitamos personas que hagan algo por los demás. Si todos hiciéramos algo por una sola persona, al final entre todos nos ayudaríamos, al final todos lucharíamos por lo mismo: hacer felices a alguien y a nosotros mismos por el proceso.
Todos sabemos que el hombre es un animal de sociedad. Si la sociedad es feliz, el hombre también. No es la alegría de la mayoría, no es seguir al rebaño, es saber que todo está bien a tu alrededor, que las cosas son como debieran ser para poder así vivir la vida y no sobrevivirla. Para poder dedicarte a lo que realmente quieres sin que lo que no tiene que estar ahí te moleste. Para ser felices, sin más. Para poder sonreír cuando quieres sonreír y llorar cuando estás triste, para no fingir, para dejar de luchar. Luchar cansa pero mientras los demás no puedan, hay que seguir luchando.
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