Dejar correr las cosas es algo que tiene su lado bueno y, como corresponde, su lado no tan bueno. En la mayorÃa de las veces tenemos siempre que estar seguros de lo que vamos a hacer antes de cometer un error que nos lleve al fracaso. Como todo el mundo sabe, y si no lo sabe es algo que acabará descubriendo, la probabilidad de acertar cuando tomamos una decisión en cuanto a aprovechar o no las oportunidades es imposible de determinar; la mayorÃa de las veces, parece que siempre erramos, pero sólo sucede que son las únicas veces que recordamos.
Yo considero que soy una persona que desaprovecha las oportunidades. No porque no sepa qué hacer con ellas sino porque las dejo correr. Me lo pienso mucho y a conciencia, sopeso todas las posibilidades y todos los caminos adyacentes y cuando estoy segura de mi decisión, siempre resulta en un abandono de la idea total e irreversiblemente. La mayorÃa de las veces, y no es por alardear, suelo acertar en lo que hago. Y si durante algún instante pienso que he errado, sopeso de nuevo la situación y descubro que, a la larga, esa decisión que creÃa haber tomado mal es una idea genial. Pero, como a todos nos pasa, hay ocasiones en que dejamos pasar oportunidades y luego nos arrepentimos.
Estos últimos meses me han sucedido dos cosas, dos decisiones a tomar. En la primera, tras ver la oportunidad, lo pensé tanto y tanto – con la suerte de que tenÃa tiempo para ello – que finalmente no podÃa equivocarme: dejé correr las cosas. Aunque me duró bastante tiempo el creer que me habÃa equivocado, con sus consecuentes depresiones y carices melancólicos, descubrà que habÃa acertado de lleno y en unas pocas semanas mi decisión tuvo sus frutos en mejoras exponenciales de mi vida.
La segunda decisión, por desgracia, vino tan de sopetón que no tuve opción de maniobra. Tuve que pensar rápido, bien, y sin sopesar variables. Y con lo poco que tenÃa decidà al instante. De momento, tras meses, no he encontrado nada que me haga pensar que hice lo correcto; al contrario, cada vez estoy más convencida de que no acerté con mi decisión. O sÃ. Veamos:
Quiero que se entienda que, principalmente, en esa circunstancia y con las cartas sobre la mesa, la idea está bien tomada. A veces, cuando tienes poco tiempo de reacción, la primera respuesta suele ser la acertada, llámese instinto. Pero cuando te obligan a tomar una decisión que pensabas tomar a largo plazo y en otras circunstancias, sabes que al final te vas a arrepentir. Porque al final las cosas cambian y en una situación nueva, esa decisión ya no es la que habrÃas tomado.
Es el problema de la toma de decisiones. Una decisión puede estar bien tomada en una circunstancia, pero en la misma circunstancia y con otras variables, la decisión es totalmente distinta. Arrepentimiento, decepción, dejar pasar la oportunidad, llámalo X. Al final, en estos casos, aunque te arrepientas, en su momento hiciste lo correcto y debes quedarte con eso. Sólo nos queda luchar por recuperar lo que perdimos, tener la esperanza de que nunca sea tarde para hacer lo correcto y quien sabe, a lo mejor la perseverancia es recompensada con la victoria. Creo que mientras tomemos las decisiones acertadas, y siempre que sepamos lo que queremos, nada es imposible.
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