Ayer me dio un ataque. Un ataque de estos que hacía muchísimos meses que no sufría. Éstos que, cuando menos te lo esperas, te cortan la respiración y te dejan ahogada en un rincón, que impiden a tu mente contener las lágrimas de una tristeza sin procedencia y que te impiden pensar con claridad en lo que sucede. Ataques como estos son los que matan a la gente, los que oscurecen tu alma por dentro y te hacen pensar que, en cualquier momento, uno de ellos te impedirá volver a ver la luz de un nuevo día.
Tal ataque siempre viene precedido por una alegría inmensa, una expectativa inalcanzada que pone de manifiesto las miserias de tu vida. En mi caso, un alivio que vino acompañado de desconsuelo; son ese tipo de alegrías que, de haberlo sabido, hubieras preferido que no te dieran. Y es lo que tiene el mal mayor de todo ser humano – las expectativas – que cuando las has forjado de hierro, descubres que se oxidan tan fácil como un palillo se parte.
Esta era la tesitura de mi estado anímico ayer, que se vio agravado sin impedirlo a lo largo del día hasta que, al llegar la noche, era un despojo sin merecimiento de supervivencia. Así es como no me encontraba desde hacía tanto tiempo; tanto, que tuve que tirar de memoria para saber qué era lo que me pasaba. En estos momentos es cuando le gritas al mundo, a medio susurro, lo triste que estás y en ese instante las sombras acuden a consolarte. Esas sombras son partes de los corazones perversos de aquellos que sólo vienen por el chisme, que aparecen y desaparecen junto con tu desdicha. La sombra de aquellos que no estarán en tu vida más que cuando pueden sacar regocijo de ello, o de forma muy taimada, sentirse mejor por creer que ya han hecho su buena obra del día.
Esta mañana me he despertado igual, pero quizá porque la vida me ha dado un poco de aire, he podido hacer hueco a la razón y ver las cosas desde la lejanía, para darme cuenta de que tengo que adoptar otra actitud. La última vez pasé semanas de letanía, intentando olvidarme del mundo y de todos. Esta vez, quizá, porque sé qué es la causa de este mal, he podido apartarlo para concentrarme en todo lo demás. Lo malo de que tu tristeza no dependa de ti, es que volverá cuando a la causa le plazca, te guste o no; es entonces cuando debemos actuar previamente, cual enfermo de migraña tomando medicamentos antes de una crisis.
En esos momentos débiles no te puedes dar cuenta de qué es lo bueno y lo malo de tu vida, pero son claves para que descubras qué es lo que echas en falta o de lo que te arrepientes. Yo ayer sólo eché de menos una cosa, sólo me arrepentí de no haber tecleado mil palabras que me nacían del corazón para dedicárselas a la única persona que me vino a la mente cuando me encontraba así. Quizás porque, a pesar de todo, prefiero que todo siga como está por decisiones de las que no me arrepiento. Aún así, hoy sólo le dedico el título de esta entrada que, aunque no lea, intenta transmitir todo lo que le echo en falta. Sé que si hubiera estado, el ataque habría cesado incluso antes de comenzar.
Ahora, en fase de recuperación, tengo que andarme con mucho ojo. Tengo que ser consciente de que el remedio tiene que ser efectivo y que para ello debo de ser rígida al respecto. Nada de un día sí y otro no, porque al final terminaré teniendo otro ataque antes de lo que me gustaría. En la recuperación, le pese a quien le pese, sólo te puedes ayudar tú mismo y aunque ayer me intentaron ayudar más de uno, en algunos casos la ayuda sirvió más para hundirme en una vida que aparenta ser lo que no es. Es cuando reflexionas sobre si la imagen que tienen los demás de ti es la correcta o si, por el contrario, lo correcto es lo que tú piensas; en estos momentos en los que los demás te ven mejor de lo que tú te ves y no te reconoces en lo que ellos dicen de ti.
Al final, con ataques, recuperada o en proceso, sin ellos o de cualquier manera, sólo una cosa es segura: que seguirás así hasta que la causa quiera y que, por mucho empeño que pongas en controlar la situación, al final nada de lo que tu quieras puede salir. Porque aunque no creo en el destino está demostrado que nada en esta vida depende de uno mismo.
0 huellitas