Te despiertas una mañana y sabes demasiado de todo. Adoleces, reflexionas y relacionas, pero lo único que consigues son agujetas mentales. Intentas convencerte a ti mismo de algo que no puede ser: crees quererlo, pero la realidad te aleja de ello desde ti mismo y descubres que no lo quieres.
Así pasan la mayoría de los días y pronto terminas aceptando la realidad y comienza la función. ¿Cuántas veces has representado el papel más obsceno? ¿Y el más romántico, o aventurero, o salvaje? Pero no eres un actor profesional, no hay Óscars en tu estantería ni la prensa te colma de halagos. No eres nadie, la obra termina y la interpretación queda muda. Y cuando esto pasa sólo te preocupa que llegue el momento en el que el espectador vea tu mediocridad y pregunte por ella.
Recuerda que hasta en el peor de los casos, incluso en una mala interpretación el público no debe saber que estás interpretando y aunque la función se tuerza, siempre estás a tiempo de cambiar el género.
Nadie dijo que saber demasiado fuera bueno, ni que te traería alegrías. Y aunque pienses que debes de asumir tu sabiduría y dejar de imitar al ignorante, no te confundas, estás equivocado, tienes que seguir pareciendo menos sabio de lo que eres. No importa si lo haces mal y el cliente queda insatisfecho, ¿alguien dijo que todo es fácil? No siempre hay que evitar el sufrimiento propio o ajeno. Quizás, sin proponértelo, el cliente abandona la sala con la sensación de salir victorioso mientras tú terminas por olvidarte de interpretar.
Te despiertas un día y sabes demasiadas cosas. Cosas que no deberías saber pero que te han atacado mientras dormías. Aunque hagas memoria no podrás recordar lo que pasó cuando no prestabas atención. Y se te escaparán los detalles de por qué las cosas de un momento a otro no son como debieron ser. Puedes intentarlo y yo te aseguro que fallarás en la empresa. Es normal que nunca entiendas por qué cuando algo tiene la intención de mejorar, a a peor. ¿Por qué no puede ser todo como era sin más? No cambios, no mejorías, asumir que el cambio puede ser malo, dejar las buenaventuras para los que no pretendan de ellas.
Pero aunque no lo supieras, ahora sí, y no hay manera posible de retroceder. Se puede ir a peor, pero no volver a algo que ya era bueno sin mejorar. ¿Sabes por qué? Porque ese algo era una interpretación errónea de la obra equivocada. La puerta estaba abierta y te colaste pensando que el género era otro. Y decidiste que tú también tendrías que interpretar.
Te despertaste una noche y no sabías nada. Nadie molestaba tu sueño ni modificaba la realidad. Veías el mundo con la misma cara de siempre, todo se desenvolvía tranquilamente. Pensaste que el mundo estaba lleno de artistas, de estanterías repletas de premios e interpretaciones maravillosas. No sabías nada pero no eras consciente de ello, creías saber de todo y transmitías tu mala sabiduría a los demás, llenando las salas de una mala obra con un cartel demasiado suculento.
Cuando quisiste darte cuenta las puertas ya estaban cerradas, pero como no sabías nada no le diste importancia. La obra seguía representándose en el escenario y los actores eran grandes profesionales. Puede que en algún momento una mala escena te hiciera dudar, pero no tenías nada que perder por ver terminar la función.
Tú no podías saberlo, te despertaste esa noche sin saber que un día te despertarías sabiendo demasiado, que abrirías la puerta de la salida y que cuando salieras del teatro te despertarías una mañana sabiendo de todo, en un nuevo teatro donde tú serías el artista.
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