Cuando uno se pone frente a un libro le asaltan dudas de todo tipo. Antes de tenerlo en tus manos sufres un procedimiento angosto sobre su obtención y elección, aunque en ocasiones esto no se sucede tan prolongadamente como parece. Hay veces en las que quieres un libro en concreto porque su género te atrae y su búsqueda por librerías o revistas especializadas son el método favorito para hacerse con él. Otras, simplemente no buscabas ningún libro y las circunstancias te obligan a cogerlo.
Recientemente me ha pasado esto último en dos ocasiones. En la primera, el libro “Que la muerte te acompañe” de Risto Mejide me sobrevino impuesto por mi hermana que no entendía del todo el final y me escogió como cobaya para aclarar sus dudas. Afortunadamente, el libro cubrió mis expectativas (que no eran de ningún tipo) y pude disfrutar de su lectura en aproximadamente día y medio. En la segunda, el libro “Rebelión en la granja” de George Orwell (el cual, según mucha gente, debería haberme leído hace mucho tiempo). Me hice con él gracias a un sorteo en mi universidad en el que si sacabas algo de la biblioteca te daban una papeleta para entrar en el sorteo.
Pues ha sido por el primer libro, el de Risto Mejide, el que me ha impulsado a escribir esta entrada. En realidad no el libro en sí, sino una situación que lo incumbe. Estando en mi casa con el libro en mis manos por primera vez, unas amigas de mi hermana pasaron por el lado y dijeron: “¿cómo se llama el libro?”. Tras la respuesta se fueron y me dejaron con un pensamiento, ¿importa el nombre del autor?.
Por supuesto, mi respuesta es un rotundo sí porque siempre me suelo fijar en los autores de los libros y porque además si te suele gustar algún tipo de lectura en concreto, el autor que la narra suele tener más libros que pueden ser del interés del lector. Pero la gente no suele pensar de esa manera, de hecho más de una vez alguien se suele fijar en el título y le importa un comino quien sea el autor. El autor forma parte de la historia, puede hacer que algún tipo de libro que te pueda gustar no te llame la atención (no quiero poner ejemplos, que sabéis que con Meyer me pongo muy histérica); o por el contrario, historias de un autor que te gusta y que son aberrantes, te gustan por el simple hecho de que es ese autor (tampoco quiero poner ejemplos pero Zafón es un poco pesadito y monótono).
A pesar de que esto se puede ver como algo negativo, algo que te influye a despachar libros sin tener consciencia de su contenido, no podemos olvidar que esos libros algún día llegan a nuestras manos gracias a las personas que les ponen ese nombre en el que nos fijamos, y que escriben sus letras para poder ser absorbidas por nosotros. Así que, si eres de los que devoran libros, de los que ven más allá de sus palabras y son capaces de avanzar más allá de las líneas con la historia, ¿qué opinas al respecto? ¿Crees que los autores están poco valorados?
Si no eres de los que devora libros, no sigas. Me gustaría saber tu opinión pero podríamos entrar en temas escabrosos del tipo: yo soy más de Kindle. No me quiero poner tradicional, pero me gusta el olor a hoja.
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