¡Feliz Año Nuevo! Tenía unas ganas terribles de decirlo, ¿sabéis? Porque odio que la gente felicite y requetefelicite las fiestas. Yo no lo hago nunca pero por tocar un poco las narices ahora me ha dado por vivificar todo lo que se me ocurre y felicitar el año nuevo a todo el mundo. Quien sabe, a lo mejor es la única oportunidad que tengo de felicitar el año nuevo...
Tengo varias tesis que exponer. La primera es una realidad como una casa y no soy la única que lo sabe ni la única que lo vive. Pero como soy una de las pocas que tiene blog, lo escribo y tan agusto (ahora mismo el Word me acaba de decir que esta palabra no existe, menudo ignorante). Mi tesis: la gente felicita mucho. Sí, y lo hace además sin ningún criterio porque hay veces que alguien sólo te habla en todo el año para felicitarte. No te suena ya su cara después de tanto tiempo y ni te has preocupado siquiera en saber de su vida (y, recíprocamente, la persona tampoco se ha preocupado por ti) pero ahí tienes la felicitación.
La segunda tesis: los problemas de los abstemios en las fiestas. Y esta sí es una tesis elaborada, no simplemente una teoría o un breve párrafo narrativo. Pero como no quiero que nos den las uvas (...) desarrollando toda la tesis haré un pequeño resumen de la misma. Me di cuenta en Año Nuevo saliendo de fiesta como cualquier mochuelo que las personas que no beben lo pasan muy mal. Y me refiero a personas que no beben por personas que no beben nunca, sin incluir aquellos que algún día no les apetece porque éstos lo sufren a veces, mientras que los primeros siempre. La gente tiende a hacer botellón y estoy completamente a favor porque soy seguidora de aquellos que se dignan a ahorrar.
Pero hay algo sorprendente en esto de hacer botellón: los tiempos. ¿Me puede alguien explicar por qué se pasan quinientas horas haciendo botellón? Si con dos horitas como mucho te tiene que dar. Y ya me estoy excediendo, que para beber tampoco necesita uno mucho tiempo, quince minutos para que te bebas relajado el vaso y te estoy poniendo ya borracho. Pero claro, cuando uno empieza a empinar no distingue el paso del tiempo y todo le parece gracioso, divertido y genial. Y a mí también, me río mucho cuando acompaño a la gente de botellón porque entre copita y copita las charlas son entretenidas, pero cuando descubres que por esto siempre llegas tarde a las fiestas y al final no puedes entrar a ninguna o te quedas escaso con el tiempo, te toca los cojones. Y es que los borrachos se lo habrán pasado bien y tendrán el alcohol tan en sangre que no les molesta ni que sus madres los persigan por la ciudad, pero a una servidora que está en plenas capacidades mentales le sienta como una patada en el culo que lo único que puede disfrutar (que es el baile) se le quede por el camino.
Así que yo propongo una teoría buena, que en las discotecas se ponga una zona de botellón, donde pongan el alcohol a buen precio para que la gente consuma y mientras, aquellos no tan consumidores, puedan bailar con felicidad y alevosía a la vez que disfrutan de la borrachera de los amigos.
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