La vida no nos busca, ni nos espera. Una vez has leído esto, ya puedes dejar de leer. Porque si lo has leído y no te ha sorprendido significa que ya lo sabías y eso te hace, cuanto menos, inteligente, pero sobretodo te hace una persona que sabe lo que quiere y aunque no haya vivido mucho encuentra respuesta a la vida. Si lo has leído, y no lo sabías, es probable que lo hayas entendido a la primera, y eso te horna porque aunque no le dediques a tu vida un tiempo mínimo de reflexión, sabes que podrías hacerlo con éxito en cualquier momento. Pero si lo has leído y todavía tienes dudas, si no sabes a lo que te enfrentas o no entiendes lo que quiero decir, puedes seguir leyendo, a lo mejor llegamos a un punto final que nos haga a todos capaces de comprender los misterios de la vida.
La vida no es nada. Y muy contrariamente a su significado, la vida no tiene vida. No puede hablarte, ni contarte cosas, ni aconsejarte por el camino. Se guarda unas reprimendas que no puede darte, y de nada vale echarle la culpa a algo que no concibe la culpabilidad. La vida es un nombre porque nos empeñamos en ponerle nombre a las cosas. A mí me parece bien, porque si necesitamos hablar de algo hay que ponerle nombre, incluso podemos nombrarlo sin nombre, dándole uno cuando no lo tendrá jamás, pero que nos valdrá para nuestro cometido. La vida es una circunstancia, un sentimiento. No puedes echarle la culpa al amor por el sufrimiento, tienes que echártelo a ti, a tu pareja, a tus amistades o a nadie, quién sabe, porque el amor no hace nada, ni dice ni desdice. No puedes echarle la culpa a la amistad por una relación fracasada, porque el fracaso es de las personas, no de la amistad. No puedes echarle la culpa la muerte, porque ella todavía se plantea en ocasiones por qué tiene que aparecer en todas las vidas que no son nada. La muerte no tiene la culpa de terminar con la vida, y la vida ni siquiera entiende quién es la muerte.
No puedes echarle la culpa a la vida por las decisiones que tomas. Cada cosa que podrías hacer y que le podrías reprochar a la vida tiene su nombre: decisiones, actos, pensamientos. Échale la culpa a ellos. O no, échatela a ti porque eres el que decidió hacer, tomar, pensar. O échale la culpa también a ellos, échate la culpa por tus ideas, échale la culpa a tu personalidad. Échale la culpa a la vida, porque sin ella no habría decisiones, actos, pensamientos, no se podría hacer, tomar pensar. No podrías ser tú. O échale la culpa a la muerte, porque no decidió llegar antes de que hicieras lo que hicieras.
Ahora suena muy duro, ¿no?. ¿Cómo puedes echarle la culpa a la muerte por no matarte antes? Pues entonces no le eches la culpa a la vida, échate la culpa por la falta de pensamiento. ¡Que vida más dura! Es una frase muy recurrente pero la vida es una palabra, ni dura ni blanda, si más sentimental que el odio o la pasión. La vida no es dura, haces que lo sea. Porque la vida no es nada pero tú la transformas en algo, para ti la vida se convierte en lo que tú quieres y si le echas la culpa a ella, se la estás echando a la visión que tienes de ti y de tu entorno.
¿Me entiendes ahora? Puede que me haya desviado, que mi intención de explicaros lo que era la vida se haya convertido en una explicación de que la culpabilidad culpa a los menos culpables. Pero entiendo que si no puedes culpar a algo, que es una cosa relativamente sencilla, es precisamente porque ese algo no es nada. No se puede culpar a nada, siempre se culpa a algo, a inocentes culpables a culpables inocentes. Se culpa con verdad o se culpa de cosas que han realizado los demás. La culpabilidad es algo que siempre se puede llevar a cabo. Pero la vida no tiene la culpa, no por lo menos en realidad, sí la tiene porque tú se la das, pero espero que entiendas que echarle la culpa a nada, es en realidad como soplarle al viento.
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