Y ahí estaba, esperándome. En el abrigo de un día oscuro en una semana nefasta, aquel cielo que hace pocas entradas menté sin nombrarlo, ese cielo que alumbra de noche, en el que las nubes tornasoladas clarean y se vuelven anaranjadas. El primer día que vi este cielo las nubes contrastaban con el negro cielo, era un constraste de la vida pero en ese momento era como la esperanza y la alegría. Hoy lo he vuelto a ver, a las 7. Se da rara vez, ya que nunca llego a mi casa a esa hora y no se da en ningún otro lugar que no sea el parque de camino. Hoy lo he vuelto a ver como una linterna compacta, no habían contrastes con el cielo, no habían resquicias de altura, sólo cúmulos de nubes.
Esta semana ha termina con esta esperanza. No ha sido una muy buena semana y el ver este cielo que tanto me sorprende y admiro ha sido una de las mejores cosas que me han pasado. En esta semana tenía puestas mis esperanzas en un examen muy importante. Era un examen que me había trabajado y por el que me había esforzado. Sé que a veces me quejo por suspender pero también sé que lo podría haber hecho mejor. En este examen he dado lo mejor de mí y es la primera vez que suspendo con tan buena nota (paradójico, pero matemáticamente estoy aprobada). Y a una le desespera el volcarse en un proyecto que se trunca, porque son horas en balde y esfuerzo no recompensado. Lo admito: no he podido evitar llorar, no he podido evitar estar un día asqueada de mí misma, en un ambiente nocivo de mi pérfida mente donde comencé a pensar mal de todas las cosas que no me parecían lo suficiente. Creo que es la primera vez que me paso un día tan callada.
Pero se sacan cosas positivas de estos momentos depresivos. He sacado tantas moralejas como horas tiene un día, he descubierto muchas cosas pero también, por este letargo, me he centrado en aspectos cuanto menos imaginativos. Y no me gusta volver a caer en mi típico error de ver cosas donde no las hay y eso que me ocurre con frecuencia. Pero poco a poco.
Me he descubierto riéndome por intentar salir por la entrada del metro. Es un gesto a veces cotidiando pero que a mí, en esos momentos de desencanto, me causó gracia. Y pensé que era una completa tontería quedarme parada en mitad del metro y reír, reír por algo tan mundano como equivocarse de salida. Me he descubierto, o mejor dicho, he descubierto que hay personas que sorprenden, que cuando menos te lo esperaa están ahí para apoyarte, y son personas en las que confías pero que nunca piensas que se vayan a preocupar más allá de la condescendencia. Otras, terminan escarmentando por su falta de tacto tarde o temprano. A otras, sin embargo, te apoyen o no les das la importancia suficiente, el empujón necesario para que se conviertan en apoyos.
Nunca logras saber si estas últimas obran por voluntad propia, por inercia tuya o nada de eso y son imaginaciones tuyas. Ese es mi caso, creo yo, porque siempre espero mucho de los demás con un mínimo de interés, porque no estoy acostumbrada ni a ese mínimo y lo magnifico en cuanto llega. Son personas que te dan lo que necesitas sin siquiera darse cuenta, no porque hagan cosas especiales, sino porque una misma les otorga la importancia que queremos. En estos momentos malos de la vida le he dado importancia a gestos, a palabras, a horas que a lo mejor son algo normal pero que yo importo (importo esos gestos, esas palabras y esas horas) creyendo que son más importantes que el propósito inicial.
Por eso no me gusta estar triste, y mucho menos en este estado alcoholizado de cariño que me martiriza. Pero estoy triste, estoy encariñada y tengo un manto tupido de nubes que alumbran. Puede que ahora mismo no esté en mi mejor momento, puede que vea pasar la vida en un tercer plano, que haya andado sin saber lo que hacía, que haya actuado de maneras que no recuerdo. Solo sé que ahora mismo estoy triste pero con una aceptación interna, que asumo las cosas con calma, que quiero abrazarte y que quiero estar a la intemperie bajo mi cielo, a las 7.
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