Hoy ha vuelto a mí la melancolía. Esa melancolía buena, que echas de menos en ocasiones. Esa que, cuando menos te lo esperas, te obliga a escribir prosa desesperada y versos lastimeros incluso en casos como los míos, de verso prohibido. Esa que, cuando te levantas y ves que hace mal tiempo, te obliga a sonreír y pensar que el cielo te ha leído el pensamiento.
La melancolía buena, que se dice en el buen sentido de la palabra, que no es como la depresión, no te obliga a sentarte en un sillón a tomar helado o ver películas de amor, aunque tampoco te lo impide. No tienes que regirte por ningún canon de melancolía, ni pensar fórmulas complicadas para su expresión. Ni siquiera tienes que sentir que está ahí, puede que no salgas a recibirla y mucho menos que te percates de su presencia, y ella seguirá en su sitio como alguien que no ha sido recibido pero que sabe que no hacía falta.
Hace frío, mucho. Y entre estudio y estudio y la observación de mi nuevo piso, saco metáforas que me ayudan a estudiar. Son como estas complicadas marañas de palabras que uno inventa, para jugar con ellas con la intención de amenizar el aprendizaje, creo que se llaman fórmulas de memorización. Y pienso que mi casa es como una barra de acero, que en el exterior la temperatura es distinta que en el interior. Para enfriar el interior hay que enfriar mucho el exterior y aquí falla mi ecuación, porque en mi casa hace mucho más frío que fuera. Así que puedo pensar que mi casa es el exterior, y el resto del mundo es el interior de una vida. Que mi casa es la superficie y todo el entramado de estructuras y propiedades está en el interior, en las calles y la gente, y la ciudad.
En Sol han puesto un árbol. Un árbol tan grande que sólo puedes mirarlo, admirarlo, y pensar, que si la gente que anda por la calle en lugar de dar dando tumbos y evitando que la gente que tiene rumbo fijo llegue a su destino, se parara a contemplar el árbol, habría más gente que llegaría pronto a los sitios, más personas con propósitos y más admiración por las cosas. En la Calle Princesa las luces decoran el cielo, y piensas que es algo estúpido porque poca gente va en el coche fijándose en las luces y que deberían dejar los semáforos más en rojo, para que los conductores tuvieran tiempo de fijarse que la zona está iluminada, identificar el foco, y admirar el cielo.
El cielo estaba precioso antes de ayer. Ya no recuerdo que hora era, ni siquiera sé si la miré cuando lo vi. Solamente sé que al mirar al cielo era de noche, pero todo se veía. No eran las farolas del parque, ni la luz de la luna, podías mirar el cielo y diferenciar las nubes del azul, y los contrastes de colores. El cielo desprendía una luz anaranjada, y era marino como el océano y las nubes blancas se repartían en el cielo dejando esas franjas que me provocan metáforas para mi estudio, como si fueran compuestos de hierro carbono en un componente resultado de un enfriamiento esporádico.
Sentarse en una silla es complicado. Lo piensas durante un instante y afirmas que, si bien hay muchas cosas que llevan instrucciones, otras tantas no. Nadie ha hecho instrucciones para aprender a sentar en una silla, ni para saber cómo tienes que actuar en una silla. Eso se sabe, es natural. Por eso entiendo que algunas cosas no deberían llevar instrucciones, porque son naturales. No entiendo porqué, pero sé que aunque es complicado, no hace falta saber sentarse en una silla, tienes que descubrirlo. Llevo muchas horas sentada en una silla y la verdad es que cada vez lo veo más difícil, no es por lo que haces, sino por el simple hecho de estar ahí. Las sillas cansan, son pesadas, aunque están debajo y no sobre ti.
Pero aunque me tome estos tiempos de reflexión, creyendo por un instante que estoy engañando a alguien para que piense que sigo estudiando, la realidad es que tengo que estudiar. Pero lo bueno del día de hoy es, que aunque no he estudiado nada, la melancolía me ha hecho un favor. Me ha dicho que estudiar no es tan complicado y que puede llegar a ser entretenido. Así que con melancolías y sonrisas, pienso que las cosas son tan sencillas, que no sé por qué la gente no quiere a la melancolía.
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