Seamos sensacionalistas, es lo que vende últimamente. Y más en este país, donde no contentos con tener todas las cadenas televisivas llenas de programas del corazón (y a falta de ello, telenovelas), se disponen a ponerse verdes entre otros programas del corazón de otros países, porque los de aquí ya están muy vistos. Conexiones en directo, recados y verborrea de gente tan metida en el mundo sensacionalista, que su vida tiene que ser un teatro continuo.
Pero no os creáis que ahora voy a soltar una charla moralista sobre el trabajo de los demás, de eso nada. A mí la prensa rosa no me remueve, por el simple hecho de que si yo no me meto con prostitutas (por poner un ejemplo de rechazo laboral común) no tengo por qué hacerlo con los reporteros del amor (?). Sin embargo, si me voy a poner un poco sensacionalista, más bien amarillenta, para comentar algo que nos sucedió ayer.
En esta semana corta, de vacaciones santas y todas estas cosas de los muertos, tres días universitarios se me han pasado con la suficiente rapidez, estrés y cansancio para que lo que sucedió ayer me alegrara el día. Y me siento mal por ello, porque la verdad es que no es tema de jolgorio. Resulta que, de camino al metro, nos encontramos con que parte de nuestra línea, concretamente dos paradas desde donde estábamos, habían sido cerradas. Ir por el otro lado de la línea hubiera sido un suicidio terrenal, así que dispusimos coger la guagua para llegar a la siguiente parada de metro abierta. Y aquí comienza lo sensacionalista.
La verdad es que desconocía la de cosas que se pueden aprender en una guagua. Primero: porque íbamos a cogerla como si nada cuando aparecieron los de la EMT diciendo que habían reforzado la actividad para los viajeros pero que no tenían nada que ver con lo que sucedía en el metro, balones fuera. Segundo: porque son los propios conductores y los viejitos sediciosos quienes te descubren lo que sucede, o lo que parece suceder: han parado el metro por asistencia sanitaria a un viajero, pero se dice y se comenta que alguien se ha tirado a las vías del metro. Lógico, no creo que vayan a decir: “señores pasajeros, se ha suspendido la actividad en la línea 6 por restos de un suicida”. No se ve bonito, no.
Y luego están los que no se han enterado de lo que supuestamente pasa. Unos universitarios que, en un principio presumimos que eran periodistas (un chiste largo de comprender), pero que luego decididamente eran de ciencias (por lo ridículo de su conversación). Idearon la conspiración de una bomba, ántrax, tiroteos y demás frente al cierre del metro y su severa indignación porque, cito textualmente: “espero que sea algo lo suficientemente grave como para que cierren la línea”. Sí, claro, tranquilos, la abrirán exclusivamente para vosotros, pero cuidado, a lo mejor por el camino cerrado os topáis con un bache...
Al llegar a Moncloa nuestra mente perversa no hacía más que confirmarnos el rumor. Estaba todo tan bien cerrado, que era imposible que nadie se colara a mirar lo que pasaba. Aunque claro, en Moncloa la línea 6 conecta con la 3 por un sitio imposible de tapar, así que supongo yo que si alguien se ha tirado, desde ahí se podía ver todo el batiburrillo. Cuando llegamos ya era tarde, y los del metro estaban terminando de limpiar (¿limpiar el qué?...) así que nos perdimos el sensacionalismo, eso sí, debí haber sacado una foto del anden de la línea 3, que estaba superlativamente lleno. Ni alfileres.
En las noticias no dicen nada, pero es que según Jose, un compañero mío, eso no sale en televisión ni en prensa por si la gente decide dejar de pasarse por el metro. Vamos, para restarle sensacionalismo a la cosa.
Nunca sabremos con certeza qué ha sucedido en realidad, porque de las emergencias sanitarias que pueden existir en el mundo, una gran mayoría se pueden dar en cualquier sitio, metro incluido. Eso sí, la verdad es que me hubiera gustado ver un poco más de escarnio y griterío. Al fin y al cabo, fue un día entretenido.
0 huellitas