x.Momento: viniendo
x.Estado: aburrida
x.Libro: Ninguno
x.Serie: Gran Hotel
Hay un momento en el que todo se vuelve muy familiar en el metro. Es el hecho de poder encontrar de todo en poco más de 9 vagones (y digo nueve a tanteo, ya que no los he contado). Hoy he visto a una mujer cambiarse unas cholas por tenis, como cuando uno llega a casa y se pone cómodo. He han contado haber visto a una mujer dándole la teta a su hijo, ya que entre parientes el pudor es tonterÃa.
Pero, para qué negarlo, más de una vez me he sorprendido escuchando conversaciones ajenas, como quien aparece en medio de una discusión y dice: “¿el qué?” haciendo ver que participa de ella. Son las cosas del metro, inexplicables y familiares, como dejar el periódico para que el pariente que venga lo lea, amabilidad pura y dura hasta que alguien se hace amigo de lo ajeno y se lo lleva prestado.
Otra cosa del metro es ver a gente de pie cuando hay asientos libres. Eso, señores, es ir de sobrados y fardar: “yo no me siento porque no quiero aunque pueda”. Más de una vez he visto a japoneses mirar con desprecio y asombro a los que van de pie por gusto.
Las estaciones de metro también tienen su historia, no sé si es geográfica pero la gente se sorprende con los nombres de mi pueblo y colindantes y yo con los de Madrid. Vamos, como cuando un profesor te dice que X compuesto se llama poliacrilonitrilo o algo asÃ, lo mismo que Pitis, o casi. Una se va por la tangente y sus pensamientos terminan versando sobre el destino de los metros por la noche o de aquellos que sólo circulan hasta Laguna.
Ya no sé si me aburro lo suficiente en el metro o soy terriblemente observadora, pero seguramente más de uno se ha fijado en estas cosas que pueden pasar en muchos sitios, pero que seguro pasan en el metro.
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