{Quiero, siento...ámame}
Ahogando las penas en mil excusas no se puede llegar a una total evolución. Las caídas, recogidas y nuevos alzamientos nos permiten evolucionar. Cada una de las muertes que sufrimos en vida nos invitan a dar pasos de gigantes, a no perder los trenes de experiencia, a resurgir lejos de nuestras cenizas, a dejar atrás todo lo que quemamos del pasado.
Siento que padezco de todo lo perecedero. Que irreversibles se vuelven todos los momentos en los que dije que quería y nunca quise. Y, si lo pienso, sólo una vez eso sucedió. Quiero. Quiero con sinceridad, y no quiero otra cosa que no quiera para mí. No quiero de gratis, no quiero por pena, compromiso o compasión. Quiero con egoísmo, para mí, sólo para mí. Quiero cada instante y no me conformo con eso, quiero más, quiero explotar de querer y cuando lo tenga todo y más, querré que eso no se vaya jamás. Porque quiero querer demasiado, para demostrar que no es malo, solamente peligroso.
Todo lo que quería lo he tenido. No se trata de procesos complejos del Cosmos, donde querer es poder. Pero surte un efecto inmediato en nuestro entorno. La gente siente lo que queremos los demás, de forma inconsciente y sin intención. La gente está en la obligación de ayudarte a lograr lo que quieres. Yo he querido imposibles, y los imposibles han venido a mí como absortos, sin darse cuenta siquiera de que ponían un pie por delante del otro. Y los caprichos se suceden, yo no quiero lo que quería. Todo lo que no quiero que quise se va por otro camino distinto del de venida, porque el camino andado no se puede desandar después de verse casi obligado a querer cumplir lo que quería y verse derrotado.
He querido mi bien sin quererlo. He querido sentir pasiones encontradas en la experiencia, he querido disfrutar de momentos desagradables, he querido sentirme bien por hacer las cosas mal y dejar de sentir por ello. He querido simplemente dejarme llevar y olvidarme de las responsabilidades morales. Y mi bien querido triunfó sobre el desconsuelo. Es como la lucha interna de las pasiones y las responsabilidades, el deber, el “bienhacer” que se podría enunciar. He querido olvidar que los demás querían y sentían, momentos conocidos en los que te rodeas de mil brazos que son inadecuados, que sientes cuando debieras callar los rumores de tu cabeza, que recuerdas de las veces que cumpliste tu querer y destrozaste partes de tu ser, dejando cenizas por el camino.
Pero son partes de mi muerte, pequeñas partes de infarto que no soportaron la falta de sangre. Ahora los rumores se callan con miradas de indiferencia. Las disputas internas dejan de agolparse en mi cabeza para dar lugar a verdaderos mutismos. Y así nadie se deja llevar. Son recuerdos guardados en cajas de sentimientos que se tienen, de placeres que mueren y de muchos quiero que no se cumplirán más allá de la soledad del pensamiento. Así muere el querer, con pequeños momentos en los que corroboramos que, a pesar de todo, no todo lo que se quiere se consigue.
Siento que padezco de todo lo perecedero. Que irreversibles se vuelven todos los momentos en los que dije que quería y nunca quise. Y, si lo pienso, sólo una vez eso sucedió. Quiero. Quiero con sinceridad, y no quiero otra cosa que no quiera para mí. No quiero de gratis, no quiero por pena, compromiso o compasión. Quiero con egoísmo, para mí, sólo para mí. Quiero cada instante y no me conformo con eso, quiero más, quiero explotar de querer y cuando lo tenga todo y más, querré que eso no se vaya jamás. Porque quiero querer demasiado, para demostrar que no es malo, solamente peligroso.
Todo lo que quería lo he tenido. No se trata de procesos complejos del Cosmos, donde querer es poder. Pero surte un efecto inmediato en nuestro entorno. La gente siente lo que queremos los demás, de forma inconsciente y sin intención. La gente está en la obligación de ayudarte a lograr lo que quieres. Yo he querido imposibles, y los imposibles han venido a mí como absortos, sin darse cuenta siquiera de que ponían un pie por delante del otro. Y los caprichos se suceden, yo no quiero lo que quería. Todo lo que no quiero que quise se va por otro camino distinto del de venida, porque el camino andado no se puede desandar después de verse casi obligado a querer cumplir lo que quería y verse derrotado.
He querido mi bien sin quererlo. He querido sentir pasiones encontradas en la experiencia, he querido disfrutar de momentos desagradables, he querido sentirme bien por hacer las cosas mal y dejar de sentir por ello. He querido simplemente dejarme llevar y olvidarme de las responsabilidades morales. Y mi bien querido triunfó sobre el desconsuelo. Es como la lucha interna de las pasiones y las responsabilidades, el deber, el “bienhacer” que se podría enunciar. He querido olvidar que los demás querían y sentían, momentos conocidos en los que te rodeas de mil brazos que son inadecuados, que sientes cuando debieras callar los rumores de tu cabeza, que recuerdas de las veces que cumpliste tu querer y destrozaste partes de tu ser, dejando cenizas por el camino.
Pero son partes de mi muerte, pequeñas partes de infarto que no soportaron la falta de sangre. Ahora los rumores se callan con miradas de indiferencia. Las disputas internas dejan de agolparse en mi cabeza para dar lugar a verdaderos mutismos. Y así nadie se deja llevar. Son recuerdos guardados en cajas de sentimientos que se tienen, de placeres que mueren y de muchos quiero que no se cumplirán más allá de la soledad del pensamiento. Así muere el querer, con pequeños momentos en los que corroboramos que, a pesar de todo, no todo lo que se quiere se consigue.
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