{¿Qué fue...}
...de los momentos compartidos en los minutos que preceden al alba, cuando nos decíamos mil caricias y prometíamos encontrarnos?
¿Qué fue del saberte tuya por momentos, recordar todos los lamentos al unirnos en uno?
¿Qué fue de las dicotomías que nos acechaban intentando romper con la rutina de nuestra imaginación?
¿Qué fue de las noches perdidas entre conversaciones impactantes, historias escalofriantes de una vida compartida?
¿Qué fue de las palabras que nunca hicieron falta decir, pero que se entendían en silencio?
¿Qué fue del callar por momentos para esperar una respuesta con ansiedad, sin querer forzar por la emoción?
¿Qué fue del nuestro, de nuestro futuro, nuestro mundo y nuestro dialecto?
¿Qué fue de todos los sueños desperdigados, soñando tus brazos y tú mis labios?
¿Qué fue de los te quieros revoltosos, pronunciados con esmero?
¿Qué fue de las ganas de encontrarnos, en un punto intermedio, para vernos de nuevo?
Y ahora las pocas ganas de lamentos y de saber cómo estás, ¿ésas también se irán?
Momentos de tranquilidad en un día intranquilo, tanto ruido y pocas nueces o tantas nueces que, infantiles, hacen ruido. Llegando entonces aquella lejana mosca de la Inquisición, siempre ella predispuesta a pararse tras la oreja en busca de soledad.
Antes de irme de vacaciones, recuerdo el mismo día que partí, como si cogiera el Titanic rumbo a la muerte del verano, escribir frases sin sentido en busca de poder entender con qué dichosa parte del cerebro trabajamos cuando nos da por no pensar. Las frases en sí son magníficas, por lo menos mucho más grandiosas que las cosas que suelo escribir cuando me digna el cerebro con su acto de presencia (no quisiera yo "pensar", que si dejo de pensar lo que pienso, pensaré mejor). Entre ellas llegó un día un momento en el que saltó la liebre indignada y una mosca (Benicasia muerta en vida) huyó despavorida como si fuera pecado la libertad de expresión. Esta mosca inquisitora, que vive para prohibir la libertad de la liebre, es un poco monja y pejiguera, siempre quejándose alarmada, como una anciana que se agarra la falda por el viento, pero tan silenciosa en sus definiciones. Algo así como todo el mundo tiene nada que decir, consiguiendo con ello que el nada se llene de palabras poco sentidas y superfluas. En definitiva, rellenar como yo hago los espacios de este mundo en busca de comprender lo que ni uno entiende.
Entre aquellas frases voladoras, otra se basa en una relación de aguante inoportuno o irremediable, en el momento en el que la ola se detiene y la roca del acantilado se lamenta por su encuentro. ¿Qué fue de los deseos de la roca? Toda su vida aguantando a la que seguro es la ola que peor le cae del océano (porque pocas rocas hay con suerte).
Para resumir, antes de que venga alguien con la mano abierta y un coscorrón preparado: "niña, que dices cosas sin sentido". En definitva, callar es la forma más sencilla de solucionar los problemas, callar hasta dejar de pensar, decir lo verdaderamente importante y quedar satifescho por el hecho. Porque así, no diremos lo que deberíamos haber callado, ni callaremos por lo que nos habría satisfecho. Como diría la roca del océano: "¿Qué fue del yo poder hablar para satisfacer mis ganas de alejarme de la ola?"
A lo mejor, en algún lugar del océano, otra ola mira la roca con ilusión, resignada al pensar que si la roca recibe los golpes de aquella ola sin quejarse, entonces esta no tendrá nada que hacer. Puede que esa roca calle lo que debe decir y se aleje del océano, confinado a la ola caprichosa que, si bien tampoco dice nada, es porque sabe callar todo lo que no tiene que decir.
¿Qué fue del saberte tuya por momentos, recordar todos los lamentos al unirnos en uno?
¿Qué fue de las dicotomías que nos acechaban intentando romper con la rutina de nuestra imaginación?
¿Qué fue de las noches perdidas entre conversaciones impactantes, historias escalofriantes de una vida compartida?
¿Qué fue de las palabras que nunca hicieron falta decir, pero que se entendían en silencio?
¿Qué fue del callar por momentos para esperar una respuesta con ansiedad, sin querer forzar por la emoción?
¿Qué fue del nuestro, de nuestro futuro, nuestro mundo y nuestro dialecto?
¿Qué fue de todos los sueños desperdigados, soñando tus brazos y tú mis labios?
¿Qué fue de los te quieros revoltosos, pronunciados con esmero?
¿Qué fue de las ganas de encontrarnos, en un punto intermedio, para vernos de nuevo?
Y ahora las pocas ganas de lamentos y de saber cómo estás, ¿ésas también se irán?
Momentos de tranquilidad en un día intranquilo, tanto ruido y pocas nueces o tantas nueces que, infantiles, hacen ruido. Llegando entonces aquella lejana mosca de la Inquisición, siempre ella predispuesta a pararse tras la oreja en busca de soledad.
Antes de irme de vacaciones, recuerdo el mismo día que partí, como si cogiera el Titanic rumbo a la muerte del verano, escribir frases sin sentido en busca de poder entender con qué dichosa parte del cerebro trabajamos cuando nos da por no pensar. Las frases en sí son magníficas, por lo menos mucho más grandiosas que las cosas que suelo escribir cuando me digna el cerebro con su acto de presencia (no quisiera yo "pensar", que si dejo de pensar lo que pienso, pensaré mejor). Entre ellas llegó un día un momento en el que saltó la liebre indignada y una mosca (Benicasia muerta en vida) huyó despavorida como si fuera pecado la libertad de expresión. Esta mosca inquisitora, que vive para prohibir la libertad de la liebre, es un poco monja y pejiguera, siempre quejándose alarmada, como una anciana que se agarra la falda por el viento, pero tan silenciosa en sus definiciones. Algo así como todo el mundo tiene nada que decir, consiguiendo con ello que el nada se llene de palabras poco sentidas y superfluas. En definitiva, rellenar como yo hago los espacios de este mundo en busca de comprender lo que ni uno entiende.
Entre aquellas frases voladoras, otra se basa en una relación de aguante inoportuno o irremediable, en el momento en el que la ola se detiene y la roca del acantilado se lamenta por su encuentro. ¿Qué fue de los deseos de la roca? Toda su vida aguantando a la que seguro es la ola que peor le cae del océano (porque pocas rocas hay con suerte).
Para resumir, antes de que venga alguien con la mano abierta y un coscorrón preparado: "niña, que dices cosas sin sentido". En definitva, callar es la forma más sencilla de solucionar los problemas, callar hasta dejar de pensar, decir lo verdaderamente importante y quedar satifescho por el hecho. Porque así, no diremos lo que deberíamos haber callado, ni callaremos por lo que nos habría satisfecho. Como diría la roca del océano: "¿Qué fue del yo poder hablar para satisfacer mis ganas de alejarme de la ola?"
A lo mejor, en algún lugar del océano, otra ola mira la roca con ilusión, resignada al pensar que si la roca recibe los golpes de aquella ola sin quejarse, entonces esta no tendrá nada que hacer. Puede que esa roca calle lo que debe decir y se aleje del océano, confinado a la ola caprichosa que, si bien tampoco dice nada, es porque sabe callar todo lo que no tiene que decir.
2 huellitas