{Ilusióname}
"Levantarse y sonreír, levantarse y sonreír, levantarse y sonreír..." Tener claras esas palabras era el mayor logro al que podría aspirar ese día; no porque fuera inútil o su estima le impidiera articular la frase que la calificara como una persona espectacular, sino porque ese día no era para hazañas, solamente un día como otro cualquiera de esas mañanas que se despertaba con la cabeza truncada.
Se levantó despacio pensando en nada, tomándose tiempo para meditar sobre esa nada tan traicionera que tantos comederos de cabeza le proporcionaba. Vestirse era algo que no le ocupaba la mañana: unos pantalones aquí, las deportivas de siempre, hoy está camisa que es nueva y la quiera estrenar - a ver si alguien lo nota-. Desayuno rápido y listos para caminar.
El trayecto hacia la escuela le resultó bastante familiar, las mismas caras, las mismas piedras en el suelo ya localizadas tras largas caminatas, el cartapacio que a mitad de camino bien podría quedarse en el suelo -total, para lo que vamos a hacer hoy-. Podría perfectamente batir récords de senderismo, ya que se creía capaz de hacer el mismo recorrido más rápido que el resto de los estudiantes y sin siquiera despeinarse.
Una vez en el mismo lugar de siempre, el cartapacio ya condenado a estar en el suelo hasta que el timbre lo salvara de la soledad. Los mismos saludos por la mañana, las mismas charlas hablando de nada en particular: exámenes, preguntas de ellos, ¿qué tal te fue?, quejas hacia los profesores, esta parte no la entendí muy bien...Va llegando la gente, personas que caminan se acercan, tiran los bolsos y cartapacios que, en vez de acompañar al ya triste cartapacio de siempre, lo aplastan y se suben a él sin compasión.
Las charlas se animan más, cotilleos no contados, anécdotas dichas veinte veces pero que causan la misma sensación, otras son cortadas a la mitad. Llega más gente y una vez todos reunidos la charla se hace general para que todos puedan participar.
¡Esa camisa es nueva! Que sexy estás, como siempre. Se fija un momento en su camisa - alguien se dio cuenta - y vuelve a levantar la cabeza y gritar como siempre, con risas estremecedoras y sonidos de asesinato. ¡Anda, es verdad! Siempre hay alguien que se queda atrás, se da cuenta de que la camisa es nueva - otra persona más, tarde como siempre, no me ha decepcionado -.
Suena el timbre y todas recogen los denostados bolsos y cartapacios. El suyo, como siempre, al fondo pisoteado y el último en ser recogido. Todas entran y siguen apiñadas para aprovechar los minutos de charla, como si luego no fueran a verse, como si nunca pudieran volver a hablar.
Dentro de clase, con otros compañeros, las charlas, risas y cotilleos siguen, las invenciones y la imaginación. Las peores y más tediosas clases, aquellas en las que el aburrimiento le sobrecoge y nada puede hacer para salir de ahí. Pero hoy no es el día de logros, se sienta y piensa: "Me queda poco para levantarme y sonreír"
Inspirada en mi querida Darling, como no, nunca me puse en sus zapatos pero hoy me asaltó la terrible idea de redactar un mini espacio de su rutinaria mañana. Aquí la dejo con la esperanza de que se haya entendido, en el caso de la negativa mis más sinceras disculpas pero no lo volveré a repetir *principalmente porque seguiría sin entenderse*.
Visto Harry Potter, contenido necesario para entender la película. Pero eché de menos más recuerdos y escenas de los Ryddle *gracias a los directores de casting, porque el pequeño y adolescente Tom Riddle son los actores que mejor podían haber definido al personaje*. Una película con bastantes puntos de humor, que se agradecen para que esas largas horas sean llevaderas, aunque se van mejorando con las películas mientras puedan seguir haciéndolas de esa manera. Teniendo en cuenta que llevan ya seis una se imagina que se va cansando la gente, pero no *y todavía quedan dos más*.
Y me despido con un fragmento escrito hace unos meses, puede que unos meses largos, que como tantos fragmentos de historias sin terminar que escribo, irá parar a la colección de Knoll *los grandes recopilatorios de mi vida hechos uno*:
“Abre la puerta”
Bajó las escaleras corriendo, sintiéndose flotar sobre ellas. No miraba a los lados, no se detenía ante nada, sólo podía bajar, bajar corriendo hasta llegar a su destino.
Su garganta se cerraba con cada paso, impidiendo la entrada de aire a sus pulmones. Sentía su mente gritar desesperada en un intento de hacerse escuchar y conseguir que ella razonara, dejara de correr y volviera a casa. Pero sabía que no podía, debía de huir de aquel edificio, correr sin detenerse, volver a pasar por allí.
En última instancia sus piernas, cansadas, flaquearon y la desestabilizaron. Sabía que si caía, no podría seguir corriendo, estaría atrapada. Su último intento, abrir los brazos al vacío y rezar por tener a qué sostenerse.
Allí estaba.
La puerta. La puerta contactó con sus manos esperanzadas y se agarró a ella con vehemencia. Era su vía de escape, sentía el ahogo y la falta de oxígeno. Necesitaba salir.
Abrió la puerta y el aire la golpeó con fuerza devolviéndola a la realidad. Sus pulmones se relajaron, respirando acompasada. Su mente calló, muda de miedo al saberse derrotada. Ya no había marcha atrás, ya no podría regresar a su hogar. Ella había decidido.
Recorrió las calles en silencio, observando las farolas alumbrando el camino, preocupándose por ella, velando su recorrido. Las farolas eran las únicas que la apoyaban. Ellas no eran como su cabeza, siempre recordándole que aquello estaba mal, que no podía permitirse hacer daño a su familia, a ella misma. Su marido dormía tranquilo en la habitación y ella rió al recordar su sueño, siempre pesado e imperturbable. La última vez que ocurrió, decidió que ella no tenía que soportar eso, que le hacía daño a su marido y que también a ella misma. La última vez el dolor había sido insoportable, a pesar de saber que no era lo peor que le podría suceder.
Pero allí estaba, doblando la esquina de la calle que daba lugar a la gran plaza de la ciudad, con su centro lleno de flores y una fuente hermosa. Supo lo que pasaría, supo que no iba a detenerse y hacerle caso a su mente.
Siguió caminando por la acera, tranquila, con la cabeza inclinada y mirando hacia el oscuro suelo, pensando que así, tal vez, podría pasar de largo si nada conseguía alterarla. Pero…
- Acércate – dijo él, una vez más, sentado en el alféizar de la ventana. Su torso estaba desnudo y en su cara lucía una sonrisa de victoria.
- Hace frío – ella señaló su torso sin abrigo y él, como respuesta, se encogió levemente de hombros.
- Esperaba que vinieras a darme calor. Acércate – repitió.
Era el momento, sabía que ella lo estaba buscando. Había salido de su casa destrozada, necesitando verle, escucharle y sentirse comprendida. Sabía que el golpe del último día sería el primero de muchos, que aquella marca violácea de su muñeca no era una ilusión. A pesar de todo, mientras meditaba las consecuencias dio un paso al frente.
Él alargó las piernas y la rodeó, atrayéndola hacia él para sentir su calor como otras veces. Siempre comenzaba en aquella ventana, como la primera vez que sus ojos se cruzaron. Su lengua recorrió con parsimonia el contorno de sus labios y cuando ella cerró los ojos abandonándose al placer, él dijo:
- ¿Quieres pasar?
Otra oportunidad para pensar. Bajó la cabeza para no verle, decidida a reflexionar como una persona normal y salir de allí corriendo. Él la agarró por el mentón y le levantó la cabeza con furia.
- Sabes que odio que no me respondan.
- Sí
- ¿Sí, qué?
- Sí quiero pasar – fue lo único que pudo decir.
Se levantó despacio pensando en nada, tomándose tiempo para meditar sobre esa nada tan traicionera que tantos comederos de cabeza le proporcionaba. Vestirse era algo que no le ocupaba la mañana: unos pantalones aquí, las deportivas de siempre, hoy está camisa que es nueva y la quiera estrenar - a ver si alguien lo nota-. Desayuno rápido y listos para caminar.
El trayecto hacia la escuela le resultó bastante familiar, las mismas caras, las mismas piedras en el suelo ya localizadas tras largas caminatas, el cartapacio que a mitad de camino bien podría quedarse en el suelo -total, para lo que vamos a hacer hoy-. Podría perfectamente batir récords de senderismo, ya que se creía capaz de hacer el mismo recorrido más rápido que el resto de los estudiantes y sin siquiera despeinarse.
Una vez en el mismo lugar de siempre, el cartapacio ya condenado a estar en el suelo hasta que el timbre lo salvara de la soledad. Los mismos saludos por la mañana, las mismas charlas hablando de nada en particular: exámenes, preguntas de ellos, ¿qué tal te fue?, quejas hacia los profesores, esta parte no la entendí muy bien...Va llegando la gente, personas que caminan se acercan, tiran los bolsos y cartapacios que, en vez de acompañar al ya triste cartapacio de siempre, lo aplastan y se suben a él sin compasión.
Las charlas se animan más, cotilleos no contados, anécdotas dichas veinte veces pero que causan la misma sensación, otras son cortadas a la mitad. Llega más gente y una vez todos reunidos la charla se hace general para que todos puedan participar.
¡Esa camisa es nueva! Que sexy estás, como siempre. Se fija un momento en su camisa - alguien se dio cuenta - y vuelve a levantar la cabeza y gritar como siempre, con risas estremecedoras y sonidos de asesinato. ¡Anda, es verdad! Siempre hay alguien que se queda atrás, se da cuenta de que la camisa es nueva - otra persona más, tarde como siempre, no me ha decepcionado -.
Suena el timbre y todas recogen los denostados bolsos y cartapacios. El suyo, como siempre, al fondo pisoteado y el último en ser recogido. Todas entran y siguen apiñadas para aprovechar los minutos de charla, como si luego no fueran a verse, como si nunca pudieran volver a hablar.
Dentro de clase, con otros compañeros, las charlas, risas y cotilleos siguen, las invenciones y la imaginación. Las peores y más tediosas clases, aquellas en las que el aburrimiento le sobrecoge y nada puede hacer para salir de ahí. Pero hoy no es el día de logros, se sienta y piensa: "Me queda poco para levantarme y sonreír"
Inspirada en mi querida Darling, como no, nunca me puse en sus zapatos pero hoy me asaltó la terrible idea de redactar un mini espacio de su rutinaria mañana. Aquí la dejo con la esperanza de que se haya entendido, en el caso de la negativa mis más sinceras disculpas pero no lo volveré a repetir *principalmente porque seguiría sin entenderse*.
Visto Harry Potter, contenido necesario para entender la película. Pero eché de menos más recuerdos y escenas de los Ryddle *gracias a los directores de casting, porque el pequeño y adolescente Tom Riddle son los actores que mejor podían haber definido al personaje*. Una película con bastantes puntos de humor, que se agradecen para que esas largas horas sean llevaderas, aunque se van mejorando con las películas mientras puedan seguir haciéndolas de esa manera. Teniendo en cuenta que llevan ya seis una se imagina que se va cansando la gente, pero no *y todavía quedan dos más*.
Y me despido con un fragmento escrito hace unos meses, puede que unos meses largos, que como tantos fragmentos de historias sin terminar que escribo, irá parar a la colección de Knoll *los grandes recopilatorios de mi vida hechos uno*:
“Abre la puerta”
Bajó las escaleras corriendo, sintiéndose flotar sobre ellas. No miraba a los lados, no se detenía ante nada, sólo podía bajar, bajar corriendo hasta llegar a su destino.
Su garganta se cerraba con cada paso, impidiendo la entrada de aire a sus pulmones. Sentía su mente gritar desesperada en un intento de hacerse escuchar y conseguir que ella razonara, dejara de correr y volviera a casa. Pero sabía que no podía, debía de huir de aquel edificio, correr sin detenerse, volver a pasar por allí.
En última instancia sus piernas, cansadas, flaquearon y la desestabilizaron. Sabía que si caía, no podría seguir corriendo, estaría atrapada. Su último intento, abrir los brazos al vacío y rezar por tener a qué sostenerse.
Allí estaba.
La puerta. La puerta contactó con sus manos esperanzadas y se agarró a ella con vehemencia. Era su vía de escape, sentía el ahogo y la falta de oxígeno. Necesitaba salir.
Abrió la puerta y el aire la golpeó con fuerza devolviéndola a la realidad. Sus pulmones se relajaron, respirando acompasada. Su mente calló, muda de miedo al saberse derrotada. Ya no había marcha atrás, ya no podría regresar a su hogar. Ella había decidido.
Recorrió las calles en silencio, observando las farolas alumbrando el camino, preocupándose por ella, velando su recorrido. Las farolas eran las únicas que la apoyaban. Ellas no eran como su cabeza, siempre recordándole que aquello estaba mal, que no podía permitirse hacer daño a su familia, a ella misma. Su marido dormía tranquilo en la habitación y ella rió al recordar su sueño, siempre pesado e imperturbable. La última vez que ocurrió, decidió que ella no tenía que soportar eso, que le hacía daño a su marido y que también a ella misma. La última vez el dolor había sido insoportable, a pesar de saber que no era lo peor que le podría suceder.
Pero allí estaba, doblando la esquina de la calle que daba lugar a la gran plaza de la ciudad, con su centro lleno de flores y una fuente hermosa. Supo lo que pasaría, supo que no iba a detenerse y hacerle caso a su mente.
Siguió caminando por la acera, tranquila, con la cabeza inclinada y mirando hacia el oscuro suelo, pensando que así, tal vez, podría pasar de largo si nada conseguía alterarla. Pero…
- Acércate – dijo él, una vez más, sentado en el alféizar de la ventana. Su torso estaba desnudo y en su cara lucía una sonrisa de victoria.
- Hace frío – ella señaló su torso sin abrigo y él, como respuesta, se encogió levemente de hombros.
- Esperaba que vinieras a darme calor. Acércate – repitió.
Era el momento, sabía que ella lo estaba buscando. Había salido de su casa destrozada, necesitando verle, escucharle y sentirse comprendida. Sabía que el golpe del último día sería el primero de muchos, que aquella marca violácea de su muñeca no era una ilusión. A pesar de todo, mientras meditaba las consecuencias dio un paso al frente.
Él alargó las piernas y la rodeó, atrayéndola hacia él para sentir su calor como otras veces. Siempre comenzaba en aquella ventana, como la primera vez que sus ojos se cruzaron. Su lengua recorrió con parsimonia el contorno de sus labios y cuando ella cerró los ojos abandonándose al placer, él dijo:
- ¿Quieres pasar?
Otra oportunidad para pensar. Bajó la cabeza para no verle, decidida a reflexionar como una persona normal y salir de allí corriendo. Él la agarró por el mentón y le levantó la cabeza con furia.
- Sabes que odio que no me respondan.
- Sí
- ¿Sí, qué?
- Sí quiero pasar – fue lo único que pudo decir.
2 huellitas