A veces las cosas no son más que cosas. Una mesa no puede ser nada más que una mesa. Una mesa podría ser una silla, pero perdió su oportunidad cuando se le dio nombre, porque ahora una mesa es responsable de ser mesa y debe actuar en consecuencia.
A veces te apetece escribir algo y buscas un bolígrafo para hacerlo, pero resulta que antes encuentras un lápiz; si el lápiz ha sido más astuto que nadie hay que recompensárselo. Hay que escribir con el lápiz, que igual se ha presentado voluntario porque tiene ganas de contar historias.
A veces buscas hojas en blanco, nuevas, listas para estrenarse, y descubres que un papel con garabatos y un pequeño hueco libre es el lugar donde hay que empezar las historias. Y empiezas a escribir sobre cosas que no pueden ser más que ellas mismas, con un lápiz y en una hoja sucia. Porque un lápiz sólo es un lápiz y una hoja sucia nunca estará nueva, pero eso no quita que quieran ser ellas mismas.
Una mesa sólo es una mesa, pero primero hay que saber qué es una mesa y qué es capaz de hacer. Quizá simplemente no sabemos lo que es una mesa y por qué hace lo que hace, si quiere hacer más cosas o quiere estar con otras. Tampoco sabemos si a la mesa le gusta ser una mesa, puede que a estas alturas haya entrado en un debate con la silla y estén intentando llevar a cabo una revolución que haga que las cosas dejen de ser lo que son.
Porque las cosas ya estaban definidas cuando llegamos al mundo. Y nunca sabremos cual fue el primer nombre, ni la persona que decidió que una cosa era una cosa concreta. Ni si debemos darle las gracias o no, porque nos ha facilitado la vida pero a las cosas les ha impedido ser otras cosas.
¿Cuál es la diferencia entre una cosa y una persona? Una cosa es una cosa, y por suerte o por desgracia para ella nadie será capaz de saber si quiere ser otra cosa para poder comportarse con ella adecuadamente. Pero las personas, por suerte o por desgracia también, tiene voz y voto para decidir qué son exactamente, así que pueden estar en constante cambio.
Hay personas que son como cosas, aunque pasen muchos años y conozcan miles de personas, siempre serán lo que son, como si el nombre que le dieran sus padres les definiese desde el primer momento. Pero hay personas que son como todos los objetos del mundo, aunque sin cambiar de nombre, una amalgama de diferentes personalidades reunidas en el mismo recipiente.
A veces las cosas no son más que cosas. Y las personas no son más que personas. Una mesa puede querer ser más que una mesa sin conseguirlo. Y una persona puede ser más que una persona sin quererlo.
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