Quizá pertenezca a alguna parte. Quizá no. Puede que me pase toda la vida creyendo que encontraré un lugar donde refugiarme, donde respirar y sentir que es mi aire. Pero hoy no es ese día, y todavía parece lejano.
Sé que es cosa mía. O puede que no. Mucha gente dice que tenemos que fiarnos de nuestro instinto. Y mi instinto me aleja de los lugares, me hace sentirme incómoda, de sobra. Me hace no querer estar en ningún lado. Exactamente, me hace creer que nadie me quiere en ningún lado.
Duele, duele tener que recogerlo todo y marcharte porque sabes que no debes estar ahí. Duele más cuando no te puedes ir, duele peor si no te quieres marchar. No saber cuándo llegará el momento en el que no tengas que pensar si ese es tu lugar.
Vivo cada día buscando una pertenencia, un lugar. Supongo que mis sueños son los que son porque estoy convencida de que para pertenecer a un lugar deberé inventármelo, construirlo de cero para sentirme bien, para hacer que todo encaje.
Ojalá simplemente pudiera creer a los demás, ojalá me dejara llevar y viviera todos los minutos de mi vida como en esos instantes en los que estoy feliz de ser y estar de la forma correcta. Pero el malestar vuelve siempre, incansable, dándome motivos para creer que no los hay para que los demás me quieran.
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