Queremos tanto como se nos permite. Amamos tanto que no sabemos de dónde nos viene el alma, de dónde procede el sentimiento o la emoción: podemos ser seres pensantes, con un cerebro privilegiado o con raciocinio permanente, y dudar porque, en esos instantes de amor, el dolor proviene del pecho, del corazón y no de la cabeza.
El amor nos hace desconfiados, pero confiamos en él al instante. Los desplantes se suceden, las situaciones que nunca se sucederían en un estado de sobriedad emocional, el desconcierto de no saber si vemos cosas donde no las hay o la certeza de que vemos lo que realmente sucede, aunque esto no pase. Porque ya se dijo que sin amor no se puede vivir, y que es un dolor inaguantable, que nos hace sufrir hasta el máximo, sin dejar de llorar jamás, pero el dolor más querido y ansiado. Porque si nos duele, amamos, y amando estamos vivos.
Momentos de amor, son tantos que me faltarían líneas para poder escribirlos todos, miles de situaciones que al final son finitas. Porque siempre, siempre, hay alguien que está pasando por lo mismo que tú. O no. Pero eso es lo maravilloso del amor, dos personas enamoradas pueden estar viviendo situaciones totalmente opuestas pero podrán dirigirse palabras de consuelo o consejos. Porque el amor siempre se rige por las mismas normas, pero son tantas que sólo podemos recolectarlas todas, guardarlas en una caja, y recurrir a ellas en momentos de necesidad.
Y eso es lo que siento yo. Porque el amor nos une. A estas alturas no necesito explicar que no estoy hablando de amor en general, sino del amor en pareja, del amor único y excepcional. El resto de amores posibles, familiares, de amigos y demás, existirán en otros momentos de mi vida. Pero ahora podemos pensar en uno sólo, y podemos centrarnos en ese para lo que resta de texto. Amor.
Algo sucede inquietante con el amor. Y es que me llama la atención. Me uno a las personas en sus situaciones y en sus problemas amorosos y me enamoro de ellas. Están ahí, con sus problemas y sus dificultades. El sufrimiento incomprendido, el anhelo desesperante, la causa eficiente. Momentos de una persona que sufre por amor. ¿Por qué el amor nos hace sufrir? No, mejor dicho, ¿por qué hacemos que el amor nos haga sufrir? Somos culpables de herirnos entre nosotros, en lugar de consensuar. Sin duda en el amor alguna de las partes sufre en ocasiones, pero está en nuestra mano hacer las cosas bien, para que el amor en lugar de ser abrupto y estrepitoso, se vaya suavizando con los días, hasta abandonarnos.
En una ruptura, en un despecho, en infidelidades, incomprensiones, en amores traicioneros donde una persona ama a otra que se contenta con estar con alguien porque no puede estar con quien verdaderamente quiere, en amores confundidos donde la amistad intenta ampliarse sin éxito, en amores prohibidos, en amores a distancia donde las personas demuestran que el amor no entiende de nada más que de personas que se quieren; en todos esos rastros de amor que se van extendiendo porque no encuentran el otro lado, yo me poso y me enamoro.
Me enamoro de las personas que comienzan una relación. Los peores momentos, aquellos en los que los nervios te impiden pensar con claridad, en los que una mirada significa demasiado y un silencio, la mayoría de las veces, provoca ira, estrés, decepción, desencanto y un enamoramiento de nuevo, cuando el silencio se torna charla, palabrería, sinceridad y alegría. Los momentos decisivos, en los que la mayoría de las personas tienden a dejarse llevar en lugar de centrarse en el futuro de la relación, en el porvenir, en si de verdad tiene sentido llegar hasta el deseo del permanecer unidos, en si merece hacer daño al de al lado por sentirse bien en un instante determinado.
Me enamoro de las personas que se decepcionan. De la fase de la ira y el reproche. Los engaños y las mentiras y la etapa en la que la suspicacia y la sospecha humana se incrementan de forma potencial. Desarrollamos alma detectivesca y estamos ojo avizor ante las situaciones extrañas o fuera de la rutina que sobrevuelan la relación. Personas ajenas, momentos comprometidos, frases desconcertantes o nada esclarecedoras. Nos angustiamos ante la certeza de que nuestro amado no nos cuenta cosas, de que puede haber personas más importantes, de que no nos tiene en cuenta. Y los momentos de no estar con esa persona, pasan de ser ganas de verla a continua agonía, imaginando qué puede hacer sin nosotros y cómo se escudará tras la mentira.
Me enamoro de aquellos que luchan contra todo tipo de adversidades. Porque si alguien te destroza el alma, existirá aquella persona que te lo recomponga y sea capaz de llenar de esperanza e ilusión tu vida. Y hay que luchar contra los impedimentos de la vida, contra la distancia y contra la desesperanza. Envidio a aquellos que veo por la calle andando juntos de la mano, queriéndose de cerca y demostrando en persona el amor físico y etéreo que se profesan. Pero el dolor de la distancia es mucho más dulce si sé que lo que las parejas que se quieren en la distancia sienten, es mucho más fuerte que las relaciones que se basan en la necesidad de verse para consolidar su amor. Porque superado el tiempo de agonía, sólo queda el gozo de la unión.
Y si estás leyendo esto, sólo quiero que sepas que estoy enamorada de ti. Por cómo eres y porque te enfrentas al amor de cara, de lado o como quieras enfrentarte, pero lo haces. No tienes miedo a enamorarte, ni a sufrir. Y sólo quiero que sepas que todo el dolor, sufrimiento y pena que puedas llegar a sentir pasará, y algún día, probablemente tras muchos otros desencantos, encuentres el amor que estabas esperando, puro, tranquilo y feliz. Pero mientras, quédate con que te quiero, y que te siento aunque no te conozca, aunque te conozca o aunque estés a mi lado.
0 huellitas