Todo a su alrededor era sospechoso, tendenciero, malversado. Andar por la calle se convertía en la ausencia de inocencia y en la búsqueda de maldad ajena. El recorrido desde la estación hasta su hogar no erademasiado largo, lo que podía evitarle el llegar agotado por tanta agonía inducida, por toda la pena que creía ver en cada rincón de la abierta y extensa calle directa.
No le gustaba la multitud del metro. Tenía que lidiar con sus peores pesadillas nada más pararse en su estación. La gente tenía derecho a bajarse en cualquier lugar que quisiera y sin embargo, cuando él se disponía a caminar, siempre se veía obligado a mirar con los ojos entornados hacia atrás, para intimidar a todo aquel que cogiera el mismo camino. "No me sigas más", quería expresar su mirada, pues sus primeros pensamientos malignos versaban en cómo una persona puede pasar de andar tranquila a perseguir a un joven desconocido.
Seguir andando le causaba más problemas, pero él no podía otra cosa que cerrar los ojos y decidir caminar lo más rápido posible para poder llegar a casa. Una anciana sentada en un banco lo miró intimidatoriamente durante los breves segundos que tuvo que pasar por su lado mientras él sonreía: al parecer, no era el único que sospechaba de todo. No era un día especialmente tumultoso, por lo que respirar aliviado fue lo mejor que pudo hacer, con la sensación en el aire de que sin duda ese día iba a poder llegar sano y salvo a casa, sin dolor de cabeza, sin sufrir.
Una pareja salió de un portal colindante, en un principio andaron unos pasos y seguidamente se despidieron, dándose un beso amoroso. Pero sin duda, el hecho de una normal despedida de pareja que se ama no era condición suficiente para que él pasara de largo como si nada. Sin duda, amantes que tras consumar su secreto amor en el apartamento de alguno, se despedían con pasión y recelo, sin saber cuándo iban a poder verse de nuevo. Ni una vida juntos, ni amor, sólo engaño y secretismo.
Una mujer embarazada, recién salida de la peluquería, andaba cerca de su hijo en dirección a casa. Con una sonrisa en la cara le mostraba su nuevo peinado en una confirmación de que había hecho lo correcto. Y otra vez, esa mujer feliz y madre de familia se tornó en alguien que era madre soltera, que desconocía el nombre del padre de su futuro hijo (y probablemente el de su hijo mayor también) y que había pasado por rehabilitación, si es que no tenía que volver a ir una vez diera a luz.
Y de pronto, la calle despejada. Vacía, sin nadie a quien mirar con recelo, sin nadie a quien juzgar deliberadamente. Y pareció como si de su corazón cayese un peso, se liberara de la cruel carga que tenía que vivir todos los días por tener una mente tan perjudicial para él. Porque todas las personas que recorrían la calle sin duda desconocían de todos sus pensamientos, y nadie jamás sabría que pasaba por esa mente. Sólo él tenía que aguantar cómo cada uno de los prejuiciosos pensamientos le atormentaban más allá de su casa, lejos de sus cuatro paredes protectoras que lo liberaban del mundo exterior. Pero nadie jamás sospecharía de que tenía una mente tan pervertida, nunca exteriorizó su tristeza más allá de la excusa de un mal día en clase.
Llegó a su portal, buscó las llaves ansioso y volvió a respirar una vez más. Ya estaba en casa y la próxima vez que saliera a la calle probablemente ya no estaría sólo, como en esos momentos al volver de la universidad. Metió la llave en la cerradura, sonrió y se dispuso a entrar.
-¡Dani, espérame!...
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