{Cuando quieres matar a alguien}
¿Qué hacer cuando quieres matar a alguien? La sensación de impotencia, el hormigueo en la palma de las manos, las ensoñaciones unidas a una renacida imaginación.
Érase un hombre que quería matar a su mujer. En su diario apuntaba mil y una formas factibles de poder asesinarla, aunque a todas ellas siempre le encontraba un fallo lo suficientemente fuerte como para que sus ensoñaciones no pasaran a ser actos. Érase un hombre que fue asesinado por su mujer. La mujer lo mató en defensa propia, al verse amenazada por las mil y una formas que su marido había pensado para matarla. Érase una mujer libre que asesinó a su marido tras haber escrito en un diario las mil y una formas que había pensado para matarlo, haciendo ver que era él quien quería verla muerta.
Son esas las capacidades del ser humano de idear mil formas para asesinar a alguien. Porque si hay algo en esta vida que tiene que salir a la perfección es, sin duda, un asesinato. Y si hay que culpar al inocente, hasta eso seremos capaces de hacer. Porque es el claro ejemplo de pagan justos por pecadores, porque no hay rey entre los asesinos y porque cualquiera puede morir de forma sospechosa.
Hoy he querido matar a alguien. En forma metafórica, soy de aquellas personas que se dedican a matar a gente, porque sin duda desearía tirar por la ventana de mi edificio universitario a más de una persona. Pero hoy, por primera vez, no sólo me he contentado con pensar: “te mataría...” sino que, además, me lo he imaginado. ¿Qué tan malo es ser yo? ¿Qué tan malo es pensar como yo? Y sin duda todas aquellas personas muertas metafóricamente se merecían la siempre injusta muerte por pensar que todos en el universo debemos de ser iguales, excepto los extraterrestres que, por alguna razón, siempre resultan tener más de todo: más ojos, más dedos, más tecnología, más inteligencia...
He sufrido una desilusión. Fuerte, muy fuerte. De estas de sorpresa que te hacen llorar, pero que no consiguen que llores. Que te atacan en momentos comprometidos en los que tenías que sonreír y alguien dijo: “oye, sigue sonriendo que te estás poniendo trágica”. Y a mí las desilusiones me pueden, las disculpas y las explicaciones consecuencia de las desilusiones que provienen de posibles malentendidos no me valen. Si entiendo mal, ahí se queda la mala intención.
Y como en este instante no puedo estar más serena de lo que estoy ni más convencida y reafirmada en lo que digo, voy a matar las contemplaciones que pudiera tener, y seamos serios. Si hay alguien que mata por instantes soy yo, y ya va siendo hora de no hacer distinciones a la hora de tener que soltar un par de sopapos orales. Cuando quieres matar a alguien, la mejor opción es imaginarlo lentamente, a la vez que una sonrisa atraviesa tu cara. Una de estas sonrisas que hacen pensar a los demás que necesitas de psicólogo, pero que en realidad sólo transmiten la tranquilidad que te produce tu pensamiento.
Érase un hombre que quería matar a su mujer. En su diario apuntaba mil y una formas factibles de poder asesinarla, aunque a todas ellas siempre le encontraba un fallo lo suficientemente fuerte como para que sus ensoñaciones no pasaran a ser actos. Érase un hombre que fue asesinado por su mujer. La mujer lo mató en defensa propia, al verse amenazada por las mil y una formas que su marido había pensado para matarla. Érase una mujer libre que asesinó a su marido tras haber escrito en un diario las mil y una formas que había pensado para matarlo, haciendo ver que era él quien quería verla muerta.
Son esas las capacidades del ser humano de idear mil formas para asesinar a alguien. Porque si hay algo en esta vida que tiene que salir a la perfección es, sin duda, un asesinato. Y si hay que culpar al inocente, hasta eso seremos capaces de hacer. Porque es el claro ejemplo de pagan justos por pecadores, porque no hay rey entre los asesinos y porque cualquiera puede morir de forma sospechosa.
Hoy he querido matar a alguien. En forma metafórica, soy de aquellas personas que se dedican a matar a gente, porque sin duda desearía tirar por la ventana de mi edificio universitario a más de una persona. Pero hoy, por primera vez, no sólo me he contentado con pensar: “te mataría...” sino que, además, me lo he imaginado. ¿Qué tan malo es ser yo? ¿Qué tan malo es pensar como yo? Y sin duda todas aquellas personas muertas metafóricamente se merecían la siempre injusta muerte por pensar que todos en el universo debemos de ser iguales, excepto los extraterrestres que, por alguna razón, siempre resultan tener más de todo: más ojos, más dedos, más tecnología, más inteligencia...
He sufrido una desilusión. Fuerte, muy fuerte. De estas de sorpresa que te hacen llorar, pero que no consiguen que llores. Que te atacan en momentos comprometidos en los que tenías que sonreír y alguien dijo: “oye, sigue sonriendo que te estás poniendo trágica”. Y a mí las desilusiones me pueden, las disculpas y las explicaciones consecuencia de las desilusiones que provienen de posibles malentendidos no me valen. Si entiendo mal, ahí se queda la mala intención.
Y como en este instante no puedo estar más serena de lo que estoy ni más convencida y reafirmada en lo que digo, voy a matar las contemplaciones que pudiera tener, y seamos serios. Si hay alguien que mata por instantes soy yo, y ya va siendo hora de no hacer distinciones a la hora de tener que soltar un par de sopapos orales. Cuando quieres matar a alguien, la mejor opción es imaginarlo lentamente, a la vez que una sonrisa atraviesa tu cara. Una de estas sonrisas que hacen pensar a los demás que necesitas de psicólogo, pero que en realidad sólo transmiten la tranquilidad que te produce tu pensamiento.
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