x.Momento: twitteando
x.Estado: reflexiva
x.Anime del día: Hoy no hubo tiempo de animes
x.Libro: El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas
x.Serie: Mentes Criminales
Soy hueso.
Hay momentos en los que descubrimos que la mente humana se aleja de la realidad, que es impulsiva e incontrolable. La neurociencia debe de ser un arte difícil e interesante, un constante aprender mucho más allá del obligado aprendizaje de toda sección de la vida: es un descubrimiento de cosas que siempre han estado ahí, que siempre hemos utilizado, pero que nunca hemos comprendido. Descubrir la ley de la Relatividad, saber antes de la Ley de Gravitación Universal que había “algo” que sostenía el Universo en su posición y movimiento.
Las ramas de la mente son igual de extensas como todas sus conexiones cerebrales y nerviosas, por tanto, quiero centrarme en una idea que me ha absorbido los últimos días. Soy hueso. Somos hueso. Pero, en ocasiones que creemos contadas – pero que, seguramente, se extenderán infinitesimalmente – nuestro cuerpo actúa como automatizado, como si nuestros huesos fueran cables a los que se envían conexiones cargadas de acciones. Y en realidad somos así, un gran ordenador biológico.
Durante estos días son muchas las situaciones en las que he actuado sin voluntad propia, o con una voluntad adquirida antes de un proceso de distracción. Hace dos noches me dispuse a cenar, me senté en la mesa con el plato de comida delante y pensé: ”me falta el azúcar”. Para ello tenía que levantarme, lo que supone un gran esfuerzo cuando tienes la modorra pegada a la piel, pero tenía que hacerlo. En ese momento me llamó mi abuela y, mientras hablaba con ella con toda la atención puesta, me levanté, cogí el azúcar y también la nata – sí, había cogido algo que me faltaba sin haberlo notado -. Lo mismo sucedió hoy, hablaba con mi madre mientras sacaba cosas de la nevera, necesarias para hacerme de comer.
Y en eso he estado pensando estos días. Hacemos cosas necesarias sin prestarles el mínimo de atención. Es como si el cerebro guardara la acción y la hiciera por ti mientras te dedicas a otra cosa. Es un estadio de la mente. Tenemos momentos de extrema concentración en los que, si intentamos hacer dos cosas a la vez, olvidamos una por completo y nos volcamos en aquella que requiere más nuestra atención. Otros, en los que la concentración es mínima y perdemos la noción de todo lo que sucede alrededor. Y los últimos estadios se encuentran ahí, meditabundos, en los momentos en los que somos capaces de concentrarnos en ambas cosas, como si se separaran nuestros hemisferios y cada uno realizara una acción.
Uno de los protagonistas de “El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas” de Haruki Murakami, cuenta los yenes que tenga en los bolsillos izquierdo y derecho a la vez. Los cuenta por separado, yenes derechos y yenes izquierdos, y luego suma el trabajo doble hecho en el mismo tiempo. Los ambidiestros tienen la capacidad de escribir con las dos manos, mas no sé si tienen la capacidad de escribir con ambas manos a la vez.
Así que, sólo me queda pensar, ¿seremos capaces alguna vez de realizar dos trabajos diametralmente opuestos a la vez de forma eficaz? Existe la frase hecha de: “sólo las mujeres pueden hacer dos cosas a la vez”. Pero hablamos de cosas nimias, como un ejemplo del día de hoy, realizar un cálculo matemático y hablar con el compañero. Y, aún siendo nimio –tengo la certeza de que toda acción más la acción de hablar es fácil de realizar a la vez-, en algún momento de la acción, perdemos la concentración de una de las dos cosas, y tenemos que concentrarnos de nuevo en ella para retomar ambas actividades.
¿Llegará el día en el que podamos, por ejemplo, escribir una historia o hacer una redacción mientras desarrollamos leyes matemáticas? ¿O podremos ir sacando conclusiones sobre la marcha de un experimento, sin pararnos a reflexionar sobre unos resultados que tendremos almacenados en el otro hemisferio?
Desgraciadamente, somos hueso. Y el hueso está ligado a la carne. Y la carne humana degenera. Hubo un tiempo en el que todos desconocíamos el mundo, y la ignorancia de aquel entonces era inconcebible en un mundo tan alfabetizado –relativamente- como el actual. Desde que se descubrió la ciencia y el resto de conocimientos, el ser humano ha querido aprender más y más hasta que hemos llegado a la cúspide de una parábola que, analítica, gráfica e irremediablemente, decrecerá hasta la ignorancia antigua. Cada vez hay menos personas que se quieren culturizar por el simple hecho de aprender de la vida, de arraigar conocimientos y de sobresalir. El mito de la felicidad ignorante se sumó a las múltiples excusas, entre las que destaca el aprender lo justo para aprobar y lo mínimo para aprehender.
Y el día que volvamos al hueso, que seamos aquellos antiguos homínidos primates, después del retroceso, re-evolucionaremos, aprenderemos de nuevo, revolucionaremos el mundo y quizá, sólo quizá, la parábola aprenda de sus errores si consigue recordarlos, y se transforme en una perfecta recta infinita que nos llegué cada vez más lejos de lo soez y más cerca del casi verdadero conocimiento.
1 huellitas