El tiempo que pasé pensando quedó lejano. Hubo momentos en los que pensé que el pensamiento me había abandonado y, recordando mis sandeces, pensé en ellas y descubrí varias cosas: pensar en las tonterías que dije me afirmó que estaba pensando; esas tonterías hablaban de que pensaba que el pensamiento me había abandonado, cuando si pienso eso ya estoy con el pensamiento de nuevo; pensar en el simple hecho de que pensé todo eso, corrobora que el tiempo que pasé pensando quedó lejano. Y que el tiempo que paso ahora pensando, está aquí, conmigo.
Me mareo, y pienso que no puede ser por estar pensando esto. Nadie se ha desmayado por pensar demasiado, ni por hacer eternos trabalenguas que intentan hacer pensar a los demás. Ni siquiera sé por qué el hecho de que me maree me tiene que llevar al desmayo, cuando no me he desmayado en la vida y desconozco las causas por las que se puede producir un desmayo, que son eternas e intocables. Y tampoco quiero pensarlas, aunque esté hablando de ellas, y crea que las pienso.
Alguien me dijo una vez que nada se cree, todo se piensa. Porque el hecho de que creas algo te lleva a que lo estés pensando y, por ende, no lo crees, lo piensas. Yo afirmo que pueden ser ambas cosas, puedes creer y pensar que lo crees, y entrar en el uróboro.
Ni siquiera sé por qué estoy pensando esto. Pensé que debería escribir algo más en el día de hoy, me siento en la obligación de continuar una historia abandonada a su suerte. Dicha historia llevaba un año en la soledad, ya que mi obligación autoimpuesta de continuarla me llevó a colapsarme. El otro día pensé que sería bueno intentar algo, y lo conseguí. Ahora no quiero pensar en que me obligo a retomar lo que dejé y retomé de nuevo, porque lo dejaría de nuevo y pensaría que, en algún momento, habría que retomarlo, volviéndome a obligar. Y entrar en el uróboro.
Como me siga autoimponiendo cosas llegará el momento en el que, de forma encaminada, yo, a mí, me autoimponga a mí misma. Y será un lucha eterna de yo queriendo imponerme a mí y de mí intentando imponerse a lo que soy yo. Y en los momentos victoriosos caeré en la derrota y mis derrotas serán completas victorias derrotadas. Y entrar en el uróboro.
Y ahora, en un momento perdido entre mis distracciones, que no son nada más ahora que los preparativos de mi próximo día, nombrados como distracciones por el hecho de que me han alejado de la pantalla del ordenador. Si lo pienso, gran parte de mi día se basa en preparar el siguiente. Hago las tareas de clase para el día siguiente, estudio para el examen del día siguiente, escojo la ropa y ordeno la mochila para el día siguiente. Puede que lo único que haga para el mismo día que lo hago es comer, y es algo que hago sin pensar, a no ser que consideremos que pienso en los rugidos de mi estómago, que instan a alimentarlo para no generar un tipo de desmayo: por desnutrición.
Sigo mareada y pienso que se debe a que llevo un mes comportándome como una ermitaña. Me levanto pronto, como pronto, me siento en una silla, me levanto y ceno pronto. Y, para concluir la lista de cosas que se pueden hacer tempranamente, me acuesto pronto. Este fin de semana me he comportado como una rebelde, sin pensar. Y el no pensar trastocó mi vida. Actuar sin pensar es una de las cosas que no hago, como no hago el dormir tarde. Pues este fin de semana me he ido a dormir tarde. Si mi cuerpo piensa por mí y esto es: un horario riguroso de 7 am a 10 pm y fines de semana de 9 am a 11 pm, no se puede suceder que me haya ido a dormir a las 2 am y me haya despertado a las 6 am. Porque son 6 horas de diferencia que no he dormido, y que voy a tener que compensar a lo largo de la semana. Esto sólo se hace posible, pienso yo, si cada día me levanto irremediablemente a las 7 am y me voy a dormir a las 9 pm, recuperando una hora de sueño cada día y otra de extra en el fin de semana. Y entonces todo el tiempo dedicado al día siguiente se me haría más corto, cenaría antes, comería antes, me levantaría antes y perdería esas horas de sueño extra. Y entrar en el úroboro.
Este tiempo me lo dedicó extra. Pensé en echarme la siesta hoy, pero en realidad es algo que pienso siempre. Es el despertador que nos obliga a despertarnos pero no nos despierta. En esas mañanas que una se levanta cansada, piensa en dormir un rato por la tarde para compensar pero luego nunca lo hago. No sé por qué me molesto en pensar en dormir si luego no dormiré, no soy mujer de siestas, para eso está la noche – dependiendo de la persona -. El día te termina despertando y cuando llega la tarde las ganas de siesta se te han quitado. Y como no eres mujer de siesta y no sabes por qué piensas en ella, te engañas a ti mismo y una tarde te echas a ver la televisión, sabiendo que te quedarás dormida si estás cansada o si pones un canal de programación tediosamente aburrida. Y cuando te despiertas piensas en por qué piensas en echarte la siesta si luego no te la echas pero terminas echándotela. Y piensas que eres una mujer que no es de siestas pero se las echa, y piensas que tendrías que dejar de pensar que piensas que eres una mujer de no siestas y te las echas, y echándotelas piensas que no deberías pensar que no vas a hacer la siesta. Entonces, la mañana que dices: no pensaré que me tengo que echar la siesta, piensas en el día que te la echaste, y vuelves a pensar en que te la tienes que echar pero que no te la echarás. Y entrar en el uróboro.
Y la cena temprana se antepone a todo lo que tengo que pensar. Que independientemente del tiempo que pierda durmiendo, del tiempo que pierda haciendo cosas para el día siguiente, del tiempo que pierda porque se escapa, del tiempo que pierdo con distracciones, del tiempo que pierdo autoimponiéndome, del tiempo que pierdo mareándome y del tiempo que pierdo pensando; sigo pensando en todo el tiempo que pierdo pensando en todas las cosas que me hacen perder el tiempo.
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