No seré yo quien prolongue más mi sombra. No es como si estuviera por todas partes. No es como si llegado el verano la fuese a ver con menos claridad, señalándome, diciéndome claramente que todo lo torno en sombras, que lo devuelvo a tierra desde cualquier lugar, para poder pisotearlo después. No seré yo la que evite mi sombra. Como si no supiera de su existencia. Como si no la alimentara todos los días. Como si cada vez que hago algo en vida pensara que llegará el momento en el que no cabrá en el suelo y se alzará para cubrirlo todo.
Todos tenemos dos sombras. Una estándar que se adapta a nuestro tamaño, que viene impuesta desde siempre, que nos acompaña desde que nacemos porque de alguna forma hay que compensar las luces del mundo. Se supone que tiene que haber algún tipo de equilibrio en la vida que todo lo compense, a alguien se le debió ocurrir hace tiempo y nadie pudo nunca contradecirlo. Sin embargo, tenemos otra sombra camuflada y perversa. La que nadie nos impuso y descompensa el mundo, la que siempre gana, la que lo altera todo, la que se esconde detrás de nuestra sombra donde no podemos verla.
Hay personas que vemos sombras. Sombras propias y las sombras de los demás. Se necesita de uno para reconocer al otro, dicen, y es lo que pasa con las sombras. Hay gente que tiene sombras reconocidas, y no las quieren pero tampoco las maltratan; conviven con ellas y las mantienen a raya, para que no se descontrolen, para que se queden quietas y rezagadas. Hay gente que tiene sombras no reconocidas, y viven subyugadas por ellas sin poder hacer nada por mantenerlas atadas; esas sombras hacen y deshacen a su voluntad, lo controlan todo y se ríen de su dueño, sombras perversas que están al margen de la ley. Hay gente que tiene sombras propias, sombras que viven como personas normales, hacen su vida diaria y crecen y se desarrollan; supongo que son las peores sombras, porque están educadas y saben cómo funcionar, saben superarse a sí mismas y evolucionar hasta niveles insospechados.
Sé que no seré yo quien prolongue más mi sombra porque ya sabe vivir por ella. Está atada a mí, de eso no nos libramos ninguna, pero tiene vida propia y hace sus quehaceres diarios como cualquier otra persona en la sombra. Somos siamesas destinadas a vivir juntas para siempre, y a querernos, porque al final yo la he criado, la he alimentado y he hecho de ella lo que es. Y me gusta. Me gusta mi sombra desarrollada, mi sombra maldita y quebradiza: esa que hace y deshace a su antojo, esa que se comporta como un ser despreciable y malévolo. Mi sombra, tan cruenta como yo, tan maligna sin reflejo.
Foto: forgottenx
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