{Vivir en la parra}
Yo solĂa vivir en la parra. Me gustaba eso de subirme y no bajar a pesar de las insistencias de mi entorno vivo e inerte. Quedarme en la parra pensando en cientos de cosas, todas sin significado, ninguna elocuente. Ya no vivo en la parra...y me duele.
Yo escribĂa. EscribĂa con fanatismo. Frases, párrafos, historias enteras inventadas entre las lecciones de clase, de las que no conseguĂa retener ni el nĂşmero del tema debido a la sumisiĂłn de esa parra que era mi hogar. Los personajes y vivencias que nacĂan de entre mis dedos me obligaban a darle un final, a convertirlos en vida y no dejarlos marchar, ni en un cajĂłn ni ahuecadas en el triste pensamiento del papel. El no vivir en la parra me ha hecho, incluso, olvidarme que una separaciĂłn de 3000 km entre mis historias y yo me deja un hueco en mi ser. Me olvido de mis historias, que personifican mi pensamiento, y ellas se olvidan de mi, tristes e imposibilitadas por su no continuaciĂłn.
Yo quiero escribir. Y cada vez que me lo propongo me entristezco por la realidad: nunca lo volverĂ© a hacer. Me agarro al dicho de: “nunca digas nunca”, ya que en algĂşn recĂłndito lugar, la palabra está esperando a que la vuelva a recuperar. Pero se me hace inaguantable. No me puedo obligar a escribir, y cuando de pronto un dĂa la palabra acude a mĂ, me veo en clase separándome de la pizarra para vagar por la parra y al volver la mirada, la pizarra me grita que tiene contenido al que no he prestado atenciĂłn.
Hoy me han denegado la beca del Gobierno. El Gobierno cree suficiente el emplear la renta familiar como rasero. Si superas tanto dinero en la renta, te quedas sin beca. ¿QuiĂ©n decide cuál es el umbral de la renta familiar? Toda familia tiene gastos, tiene que superar dificultades, pero por lo visto eso no les interesa a los del Gobierno. Es simple: me da igual en quĂ© emplees tu dinero, si tienes, puedes. Todo estudiante tiene unas calificaciones, pero eso tampoco importa: si eres superdotado, me alegro, pero si tienes dinero, puedes. Y si no eres superdotado y no cumples el mĂnimo de crĂ©ditos que tienes que aprobar, tampoco hay beca. Pero eso sĂ, si cumples los crĂ©ditos y tienes dinero, tampoco hay beca. Y que se entienda por tener dinero lo que ellos piensan, no una presentaciĂłn de la realidad.
Y eso me hace pensar, que no me puedo permitir el apartar la mirada de la pizarra. Porque como me deje muchas asignaturas, es más dinero que tengo que gastar, y más desgracia acumulativa. Y es lo fantástico de los estudios, si te pones a pensar, te dejan sin un duro y te cortan las alas. SĂłlo tengo un hobby que es pasional, no es un hobby como viciarse a los videojuegos o cualquier otra cosa meramente entretenida. Escribir me hace ser mejor, me hace estar bien y me hace feliz. Y toda una cadena de curiosas consecuencias de la vida me obligan a olvidarme de uno de los condicionantes de mi felicidad. Me obligan a obligarme a escribir, que no es lo mismo que cuando escribo con las ganas e ilusiĂłn espontáneas y creativas. Mi carrera me impide ir más allá de lo que ella espera de mĂ, de todo lo que de mĂ se espera y de lo que no se espera sino que es necesario.
La gente vive en la parra. Mucha gente lo hace y se alegra cada dĂa de vivir bien, o a lo sumo de estar tan en la parra que se olvidan de las cosas malas. AsĂ es como se vive, se supone. Pensar en lo bueno y dejar atrás lo malo, para no ahogarnos en vasos de chupito y esas cosas tan hippies. Me alegro por la gente que vive en la parra. Yo tambiĂ©n vivĂ en la parra, una vez, en momentos de mi vida que se extendieron durante años. Pero las personas nos mudamos, y yo me tuve que mudar de la parra si no querĂa salir escarmentada y con dolencia eterna.
Ya no vivo en la parra, y se puede considerar mil cosas de mi persona. Que soy amargada, que me pienso demasiado las cosas, que deberĂa vivir la vida, que tengo que dejar a los demás vivir la suya, que soy prepotente, alterable y ya, de paso, que si tanto me quejo de que no puedo escribir hubiese escogido periodismo. Pero siendo cĂnica y citando a JesĂşs: “quien estĂ© libre de pecado, que tire la primera piedra”. La gente tiende a juzgar a los demás, yo juzgo en ocasiones. Y me cercioro de cambiar mis juicios cuando soy consciente de la verdadera realidad. Yo soy juzgada muchas veces, y es algo normal y que no me molesta. Pero, en ocasiones, los juicios hay que verificarlos, y quedarse con el juicio que se hace de mĂ sin intentar entenderme no sirve a nadie (ni siquiera a mĂ) de absolutamente nada.
La realidad es una, nada más que una. No tengo un pensamiento dualista, ni creo que no podemos afirmar lo que no vemos más allá de una habitaciĂłn como dijera Berkeley. Y la parra escapa a la realidad. Y la vida me lo ha dejado claro. Y, para quien quiera dejar de pensar que me amargo, que me creo superior a los demás o que me gusta complicarme la vida, tengo reservado la oportunidad de que entiendan cĂłmo razono, cĂłmo pienso y por quĂ© hago cada una de las cosas en mi vida. Un curso, gratuito, sin intereses, simplemente un poco de cultura general sobre alguien que abandonĂł la parra y se internĂł en la tristeza, y que desde esa parte tan tenebrosa de la vida, todavĂa es capaz de sonreĂr cada mañana.
Yo escribĂa. EscribĂa con fanatismo. Frases, párrafos, historias enteras inventadas entre las lecciones de clase, de las que no conseguĂa retener ni el nĂşmero del tema debido a la sumisiĂłn de esa parra que era mi hogar. Los personajes y vivencias que nacĂan de entre mis dedos me obligaban a darle un final, a convertirlos en vida y no dejarlos marchar, ni en un cajĂłn ni ahuecadas en el triste pensamiento del papel. El no vivir en la parra me ha hecho, incluso, olvidarme que una separaciĂłn de 3000 km entre mis historias y yo me deja un hueco en mi ser. Me olvido de mis historias, que personifican mi pensamiento, y ellas se olvidan de mi, tristes e imposibilitadas por su no continuaciĂłn.
Yo quiero escribir. Y cada vez que me lo propongo me entristezco por la realidad: nunca lo volverĂ© a hacer. Me agarro al dicho de: “nunca digas nunca”, ya que en algĂşn recĂłndito lugar, la palabra está esperando a que la vuelva a recuperar. Pero se me hace inaguantable. No me puedo obligar a escribir, y cuando de pronto un dĂa la palabra acude a mĂ, me veo en clase separándome de la pizarra para vagar por la parra y al volver la mirada, la pizarra me grita que tiene contenido al que no he prestado atenciĂłn.
Hoy me han denegado la beca del Gobierno. El Gobierno cree suficiente el emplear la renta familiar como rasero. Si superas tanto dinero en la renta, te quedas sin beca. ¿QuiĂ©n decide cuál es el umbral de la renta familiar? Toda familia tiene gastos, tiene que superar dificultades, pero por lo visto eso no les interesa a los del Gobierno. Es simple: me da igual en quĂ© emplees tu dinero, si tienes, puedes. Todo estudiante tiene unas calificaciones, pero eso tampoco importa: si eres superdotado, me alegro, pero si tienes dinero, puedes. Y si no eres superdotado y no cumples el mĂnimo de crĂ©ditos que tienes que aprobar, tampoco hay beca. Pero eso sĂ, si cumples los crĂ©ditos y tienes dinero, tampoco hay beca. Y que se entienda por tener dinero lo que ellos piensan, no una presentaciĂłn de la realidad.
Y eso me hace pensar, que no me puedo permitir el apartar la mirada de la pizarra. Porque como me deje muchas asignaturas, es más dinero que tengo que gastar, y más desgracia acumulativa. Y es lo fantástico de los estudios, si te pones a pensar, te dejan sin un duro y te cortan las alas. SĂłlo tengo un hobby que es pasional, no es un hobby como viciarse a los videojuegos o cualquier otra cosa meramente entretenida. Escribir me hace ser mejor, me hace estar bien y me hace feliz. Y toda una cadena de curiosas consecuencias de la vida me obligan a olvidarme de uno de los condicionantes de mi felicidad. Me obligan a obligarme a escribir, que no es lo mismo que cuando escribo con las ganas e ilusiĂłn espontáneas y creativas. Mi carrera me impide ir más allá de lo que ella espera de mĂ, de todo lo que de mĂ se espera y de lo que no se espera sino que es necesario.
La gente vive en la parra. Mucha gente lo hace y se alegra cada dĂa de vivir bien, o a lo sumo de estar tan en la parra que se olvidan de las cosas malas. AsĂ es como se vive, se supone. Pensar en lo bueno y dejar atrás lo malo, para no ahogarnos en vasos de chupito y esas cosas tan hippies. Me alegro por la gente que vive en la parra. Yo tambiĂ©n vivĂ en la parra, una vez, en momentos de mi vida que se extendieron durante años. Pero las personas nos mudamos, y yo me tuve que mudar de la parra si no querĂa salir escarmentada y con dolencia eterna.
Ya no vivo en la parra, y se puede considerar mil cosas de mi persona. Que soy amargada, que me pienso demasiado las cosas, que deberĂa vivir la vida, que tengo que dejar a los demás vivir la suya, que soy prepotente, alterable y ya, de paso, que si tanto me quejo de que no puedo escribir hubiese escogido periodismo. Pero siendo cĂnica y citando a JesĂşs: “quien estĂ© libre de pecado, que tire la primera piedra”. La gente tiende a juzgar a los demás, yo juzgo en ocasiones. Y me cercioro de cambiar mis juicios cuando soy consciente de la verdadera realidad. Yo soy juzgada muchas veces, y es algo normal y que no me molesta. Pero, en ocasiones, los juicios hay que verificarlos, y quedarse con el juicio que se hace de mĂ sin intentar entenderme no sirve a nadie (ni siquiera a mĂ) de absolutamente nada.
La realidad es una, nada más que una. No tengo un pensamiento dualista, ni creo que no podemos afirmar lo que no vemos más allá de una habitaciĂłn como dijera Berkeley. Y la parra escapa a la realidad. Y la vida me lo ha dejado claro. Y, para quien quiera dejar de pensar que me amargo, que me creo superior a los demás o que me gusta complicarme la vida, tengo reservado la oportunidad de que entiendan cĂłmo razono, cĂłmo pienso y por quĂ© hago cada una de las cosas en mi vida. Un curso, gratuito, sin intereses, simplemente un poco de cultura general sobre alguien que abandonĂł la parra y se internĂł en la tristeza, y que desde esa parte tan tenebrosa de la vida, todavĂa es capaz de sonreĂr cada mañana.
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