Gominolas World

  • Home
  • Features
    • Shortcodes
    • Sitemap
    • Error Page
  • Seo Service
  • Documentation
  • Download This Template

Hola, esto es Gominolas World /

El entrópico caos de mis ideas

Solemos decir que en la variedad está el gusto, que todos somos diferentes, que cada persona es un mundo, que la vida no dejará de sorprendernos. En principio, todo esto puede parecer bastante bueno porque seamos sinceros, la vida sería muy aburrida si conocida una persona, conocidas todas. Pero lógicamente, como con cada cosa que hay en la vida, todo tiene su parte buena y su parte mala; y aquí la parte mala está bastante clara: ¿cuántas interpretaciones se pueden hacer de una misma palabra, frase, emoción... en función de cuánta gente sea partícipe de ella?

Y es que las palabras se pueden explicar. A algunos les costará más y a otros menos, las explicaciones deberán ser muy largas o simplemente usando un sinónimo que se entienda mejor. Las palabras son infinitas y lo único que marca cuánto va a tardar alguien en entender las tuyas es el tiempo, el tiempo del que dispongas o el que quieras disponer para que alguien te entienda. Es una tarea compleja, pero es una tarea que, al fin y al cabo, puede realizarse sin mayores preocupaciones. El verdadero problema con las palabras (y sin palabras también) son las emociones que esconden.

Las emociones no pueden explicarse. NO. Es difícil de asimilar, yo siempre me he enorgullecido de tener una buena verborrea, de ganar siempre las peleas con el léxico y de saber explicar hasta los conceptos más abstractos. Pero las emociones no son abstractas, son emociones y esa palabra engloba tantos significados contradictorios entre sí que es ilógico, es el ser y no ser incesante de sentimientos que se pueden explicar desde dos puntos de vista completamente diferentes, es el que signifiquen mil cosas y no las mismas mil para cada uno de nosotros. 

Lo peor de las emociones son las consecuencias, lo que nos incitan a hacer. Llorar. Llorar de tristeza pero también de alegría, llorar por incomprensión o por incontinencia. Llorar por depresión, llorar por alivio. Llorar porque tienes tantas cosas en tu interior acumuladas que la única forma lógica que ves de liberarte es llorar. Y al terminar seguir llorando porque te sientes tan bien que no entiendes como llorar, que es algo malo, termina siendo algo bueno. 

Reír. Reír porque algo te resulta gracioso, porque una persona te hace sentirte bien. O reír por nerviosismo, por meterte donde no te llaman y no saber cómo salir del paso. Reír de pena, para esconder todo lo que no quieres que nadie sepa (porque, obviamente, multitud de sentimientos te hacen sentirte de tantas maneras que, como no sabes explicarlo, prefieres callarlo), es la típica risa de persona que tiene tanta pena dentro, que reír parece que sea lo único que la mantiene a flote. Y reír mientras lloras, esa es mi favorita.

Agobio. Estar agobiado de emoción, las largas noches en vela porque al día siguiente sabes que empiezas tu nuevo trabajo; o porque tienes que ir al médico al no saber lo que te pasa. Agobiado porque tu trabajo te impone tantas restricciones que casi no puedes ni llegar a casa para empezar de nuevo la jornada o, porque estás tan libre de ocupaciones que te pasas las horas clickando ningún punto de la pantalla. Agobiado porque no sabes algo sobre una persona, o porque no quieres que nadie sepa nada de ti.

Envidia. Envidia por no tener lo que los demás tienen, pero alegría de que ellos lo tengan. Estar feliz por los demás a la vez que te maldices porque, joder, ¿quién no querría vivir como viven ellos? Y sentirte mala persona por envidiar, como si fuese un sentimiento negativo, aunque en realidad tu tristeza se debe a que no, no eres ellos y no, tu vida no se merece ser igual. No sé si merecer es la palabra correcta, supongo que es también un sentimiento difícil.

No sé si los sentimientos se pueden explicar, supongo que no. Podemos intentar, al menos, transmitirle a los demás cómo nos sentimos y rezar porque, al final de la larga historia, hayan malentendido tan solo un 20%. Es un porcentaje que uno está dispuesto a sacrificar de sus sentimientos con tal que de se le entienda. Aunque a veces simplemente nos contentamos con soltarlo todo y esperar que nadie te juzgue por ello.
  Foto: T3rmin8tor
Share on:

“Los humanos digitales se diferencian de los simplemente humanos porque no comparten resistencias, reacciones o prejuicios contra la tecnología; no la ven como amenaza ni temen que la especie sea destruida por inteligencias artificiales y/o robots; (...) su sistema nervioso se encarna con Internet.”. Estas son palabras de Iván Mejía, en un artículo escrito por él para el número 108 de la revista Telos. Me parecía conveniente hacer una breve introducción de lo que se consideran a día de hoy humanos digitales para poder hablar de un tema que me lleva atosigando semanas últimamente: el transhumanismo.

Mientras que los transhumanistas pretenden disponer de la tecnología más sofisticada para reforzar su corporalidad o aumentar sus capacidades cognitivas, los humanos digitales no ven el cuerpo humano como algo obsoleto y lo suman a la tecnología que les es útil para organizarse políticamente. Se trata de disponer de la tecnología actual y futura para tener una vida en perfecta armonía con la misma, sin necesidad de mezclar ambas en un propósito de ente futurista digno de las películas de Terminator. Sin embargo, en ocasiones hay una fina línea que separa a los humanos digitales de los transhumanitas, personalmente creo que se ve claramente en el aspecto de la medicina.

Múltiples son las disciplinas que ofrecen todo tipo de alternativas y nos permiten imaginar un futuro libre de defectos físicos. El transhumanismo busca despegarnos de esa condición débil de la especie que nos impide avanzar fisiológicamente, por parte de los humanos digitales estas disciplinas nos permiten estar en mayor sintonía con la tecnología, pero no como una necesidad para avanzar hacia un plano superior sino para mejorar nuestra calidad de vida, por así decirlo.

La compañía Organovo de San Diego (EEUU), ya obtuvo en 2014 el primer hígado producido con una impresora 3D, destinado a la investigación y a la prueba de medicamentos con una clara intención de poder implantar, en el futuro, órganos realizados por ordenador en pacientes que los necesiten. Centenares de personas en el mundo ya han recibido retinas artificiales, basadas en simular artificialmente el ojo con electrodos posados en la retina defectuosa para recrear la visión. Incluso alguno que otro habrá visto por la televisión a Neil Harbisson, el primer ciborg reconocido por un gobierno que, ciego a los colores, se implantó una antena que le permite “oír” los colores (incluso los que los humanos de a pie no vemos), así como recibir contenido multimedia o llamadas directamente a su cabeza desde sus aparatos electrónicos.

“El transhumanismo es la búsqueda del mejoramiento humano - físico, mental, moral, emocional o de otra índole - mediante procedimientos tecnológicos, en especial a través de las biotecnologías, de la robótica y de la inteligencia artificial. En su versión más radical, promueve el advenimiento de una nueva especie poshumana” Antonio Diéguez. Así es como se introduce el transhumanismo en primera instancia. Y sí, en una primera búsqueda al respecto, das con un montón de teorías que parecen disparatadas, sólo reservadas a las mejores mentes de la ficción científica. 

Quien haya visto “Trascendence” podrá comprobar como Johnny Depp se vuelve un superhéroe al volcar su mente en Internet y descubrir que está al alcance de todo el contenido del universo, pudiendo así desarrollarse a niveles que el cerebro no nos permite y evitando así la muerte. La teoría más famosa del transhumanismo, lógicamente, es la de permanecer jóvenes para siempre y despedir a la muerte hasta nunca. Otra, aunque a muchos les debe sonar más que el transhumanismo, es la de hacer de Marte un planeta habitable cuando nos carguemos la tierra. 

A pesar de todas estas teorías (en mayor o menor medida creíbles), el transhumanismo tecnológico, basado en la biotecnología, pretende dejar atrás la evolución darwiniana, evitando que la selección natural controle la evolución de la especie para ser nosotros los que le digamos a la evolución cuál es la selección. Se propone la muerte como una enfermedad más, que ha sido mortal hasta ahora porque nadie se ha dignado a contradecirla, y se propone, si no erradicarla, al menos convertirla en una dolencia crónica, como quien sufre migraña. 

Esto no parece tan descabellado conociendo la técnica de edición genética CRISPR/Cas9, que se ha empleado en embriones humanos con éxitos recientes (como la eliminación de enfermedades cardiacas hereditarias). Sin embargo, todavía hay un problema, como cabe esperar, y es el reparo que hay por “jugar a ser Dios” (la UE prohíbe cualquier modificación genética que afecte a la línea germinal). 

Este problema, basado principalmente en el supuesto del orden natural que no se debe tocar o, en mi opinión, el negarnos a nosotros mismos un poder a nuestro alcance sólo porque un Señor desde los cielos es el encargado de repartir la suerte por el mundo, intenta solventarse mediante el hecho de que la naturaleza nunca ha sido inmutable y que siempre se han realizado cambios evolutivos en la especie (nada recalca el hecho de que esta evolución tenga que venir de la mano de la naturaleza o si, por alguna casuística, es esta tecnología la que nos permite seguir con una evolución que, de otra manera, ya no tendría lugar). 

La corriente más temprana del transhumanismo es la conocida como la filosofía de la extropía, que asienta un marco de valores y normas transhumanistas para mejorar la condición humana. De esta corriente se desprenden conceptos como el orden espontáneo: aparición espontánea de orden del aparente caos a través de la autoorganización (Wikipedia, por ejemplo, se considera como orden espontáneo); o libertario, característica de los extropianos que defienden el derecho al perfeccionamiento humano. Dentro de los libertarios hay dos posturas que se pueden considerar contradictorias, en función de si se trata de libertarismo civil o económico:
  • Libertarios civiles: cualquier intento de limitar o suprimir el derecho al perfeccionamiento humano es una violación de los derechos y libertades civiles.
  • Libertarios económicos: una economía de mercado libre puede lograr una asignación más eficaz de los recursos que la economía planificada o mixta.
Sin embargo, las ramas del transhumanismo son eternas, tantas como ramas sociales, económicas o culturales conozcamos si les añadimos la aportación tecnológica: abolicionismo, tecnicismo, tecnogaianismo, singularitarismo (proveniento de la singularidad tecnológica, que describe la posibilidad de que un equipo, una red informática o un robot sean capaces de automejorarse repetitivamente, dando lugar a un proceso fuera de control donde se crearía inteligencia muy superior al control y la capacidad intelectual humana), inmortalismo… incluso el posgenerismo, un movimiento que defiende la eliminación voluntaria del género en la especie humana. De esta forma se eliminan los problemas que generan los roles de género y las disparidades y diferencias cogno-físicas (las diferencias genitales ya no importarían culturalmente) y se relevaría la reproducción a la tecnología.

El principal problema que le he encontrado al transhumanismo, de cara a tratarlo como un tema de debate como si de política se tratara, es a la tendencia de la gente a pensar que la tecnología a estos niveles sólo puede ser usada para crear superhombres que acabarían con el universo matando a diestro y siniestro o, empleando las películas como argumento, recalcar que los robots son malos y se volverán en nuestra contra (Yo, Robot). Sin embargo, a pesar de todos los problemas que se le puedan otorgar al transhumanismo, la única pregunta que me planteo no es si es posible, sino cuándo llegará. 

Foto: Hidrico
Share on:

Hoy, me ha dado por recordar a mis novios de la infancia. A mis novios, por llamarlos de alguna manera, la verdad es que no sé cómo se debería denominar a esa serie de personas que van pasando por tu vida, de una forma más o menos romántica e idílica, cuando tú todavía no sabes ni lo que son los problemas del amor.

Me ha dado por recordar a mi primer novio, aquel con el que nunca me besé. Por recordar al segundo, aquel con el que lo primero que hice fue besarme. O todas aquellos que pasaron después, siendo más o menos novios, hasta que descubrí el significado de esa palabra. Lo bonito de los novios de la adolescencia es que, aunque a mí personalmente no me ayudaran demasiado a descubrir lo que quería de alguien que iba a estar a mi lado, sí me ayudaron a descubrir lo envidiosas y ciertamente especulativas que pueden llegar a ser las personas.

Con mi primer novio descubrí esas mariposillas en el estómago, el pensar que habías encontrado al amor de tu vida (cuando no tenía nada que ver contigo) a tan temprana edad y que ya no tendrías que preocuparte en el futuro del amor. De hecho, no tendrías que preocuparte en absoluto, porque era una tarea que ya habías resuelto, sólo te quedaba disfrutar del amor para siempre. Sin embargo, con mi primer novio también descubrí el don que tienen las personas de meterse donde no les llaman; y me sorprende comprobar que era siendo tan jóvenes cuando desarrollabas ese don que se potenciaría en el futuro sin parar. La relación acabó, se podría decir, a la vez que empezó, con mucho “amor” de por medio y con un chaval de por medio también, que se encargó de jugar al teléfono escacharrado hasta que no pudimos más.

Con mi segundo novio descubrí el desamor. Fue ese tipo de personas que los demás se empeñan en meterte en la cabeza hasta que, lógicamente, se te mete. Es ese momento que nos gusta decir a muchos de “¿fue tu idea o fue cosa de los demás?”. La respuesta estaba clara. Me duró el amor lo mismo que tardé en darme cuenta que no tenía ni pies ni cabeza esa relación, que ni yo quería nada de él ni él quería nada de mí (aunque él probablemente no lo supiera hasta mucho más tarde). Esta dinámica se ha repetido más de una vez en mi vida y, por desgracia, en ocasiones ya no pude echarle la culpa a mi adolescencia.

Con mi tercer novio descubrí las falsas amistades. Fue curioso que esta historia diera al traste con una de las amistades más esperpénticas que he tenido en mi vida, de estas que sabes que no van a llegar a ninguna parte y que sólo te van a dar problemas, pero que aún así dedicas todos tus esfuerzos a mantenerlas sabe Dios por qué. Con este novio descubrí que no debes mezclar amistad y amor, menos cuando tienes esas edades en la que todo se magnifica, como si de Gran Hermano se tratase. Se podría decir que tras obtener el beneplácito de esta amistad para seguir adelante con mis absurdos intentos de relación, me di de bruces con el “donde dije digo, digo Diego”. Aquí, por suerte, ya tenía suficiente hastío por los hombres como para no perder el tiempo aguantando a uno y a otra.

Desde este momento en adelante, di un salto de madurez en todos los aspectos de mi vida y, en consecuencia, en el amor. Rechacé todo tipo de relación durante los siguientes años, descubriendo en ellos que es mejor estar sola que mal acompañada y que las mejores épocas del instituto se viven SÓLO con amigos, dejando a un lado el amor adolescente, que por mucho que hablen de él con palabras bonitas y moñas, en un jodido sufrimiento (dicho mal y pronto). Lo que viene a continuación son relaciones con mayor o menor atino, aunque he de reconocer que salvo excepciones la tendencia siempre ha sido a la baja, que me han aportado más bien nada en la vida. Se dice generalmente que una no tiene suerte en el amor cuando en realidad quiere decir que no da pie con bola; yo con el paso del tiempo me he dado cuenta de que mis decisiones no han sido del todo las buenas de cara a mantener relaciones. Tengo bien claro lo que quiero en la vida y he actuado como debía ser en cada uno de los momentos correctos para llegar hasta donde estoy ahora. Eso sí, que no me hablen de novios…

A lo mejor con el tiempo descubro que lo de tener relaciones con atino es una más de las virtudes que puede tener el ser humano, y así como yo tengo el don de estudiar y poder sacarme una carrera complicada, no tengo el don de dar con las buenas relaciones. De momento, a día de hoy, le he dado un giro radical a mis decisiones en cuanto a parejas y tipos de relaciones que quiero tener en mi vida. No es un giro fácil para muchos, ya se sabe que las relaciones modernas están sujetas a muchas trabas, pero por lo menos me siento más agusto intentando lidiar con varias personas a la vez que con las convenciones tradicionales del amor adolescente. Lo fácil que lo habríamos tenido naciendo en la época romana...

Foto: MissLaurelle
Share on:

Hoy hay que mirar las cosas desde arriba. Cosa es una palabra que repito mucho, pero no se me ocurre, o mejor dicho, no creo conveniente escribir cualquier otra para referirme a tantísimas cosas (vaya…) a la vez. Hoy hay que mirar todo desde arriba, quizá, o el mundo de manera figurada. Hay que mirar el entorno, a las personas, los movimientos, los cambios, los trenes que pasan en dirección contraria a la que tu llevas, como la vida... Hoy hay que mirar tanto y tan rápido, porque no se puede pasar uno la vida mirando, que te mareas por querer abarcar tanto espacio y contenido. Hay que mirar porque nunca sabes dónde encontrarás lo que te sirva para este día: una pequeña caseta en mitad de un río que te diga lo que hacer; una torre de electricidad en mitad de un bosque, que está mirándolo todo desde arriba preguntándose siempre qué hace ella ahí en medio; una estación de meteorología con su anemómetro de cazoletas dando vueltas, queriendo medir el viento.

Hay que mirar las cosas desde arriba para no perderte lo que hay en todas partes. Porque igual si miras de lado lo escondido por detrás pasa desapercibido, porque si miras desde una esquina puede que sólo veas sombra. Desde arriba seguramente no veas lo que se encuentra muy debajo, pero hoy no hay que mirar cosas pequeñas, no hay que fijarse en lo que sube desde lo más profundo para llevárselo todo de un soplo. Hay que mirar las cosas que se dejan observar desde arriba, las que levantan la mirada y te guiñan un ojo, las que tiritan si hace frío y se frotan las manos heladas.

Hay que mirar hacia arriba cuando miremos las cosas desde arriba. Porque son "abajos" elevados que tienen otra sensación, no son peligro y malignidad que te acecha desde lo profundo, son todos que han subido porque abajo se les quedaba grande, porque todos sabemos que arriba siempre se está más estrecho. Lo bueno de mirar arriba desde arriba es que lo ves todo echando sólo un vistazo. Arriba se está bien y nada te va a decir algo nuevo, aunque siempre hay excepciones, pero con mirar rápido puedes captar lo interesante y necesario sin perder tu tiempo de mirar abajo. 

Por eso supongo que todo quiere estar arriba, cuanto más alto mejor. Dios está en el cielo, al igual que los pájaros, las nubes, los aviones. La gente cuando se muere quiere ir hacia arriba, porque dicen que por abajo hay mucho espacio pero no es para nada acogedor. Aunque también quieren estar arriba cuando viven, es algo extraño, seguramente sea porque todo el mundo sabe que arriba se está mejor. Lo malo de estar tan arriba, vivir arriba, mirar hacia arriba, pesar hacia arriba, andar hacia arriba… es que, si te caes, es lo último que harás.

Foto: toko
Share on:

El ambiente universitario tiene ese aquel revolucionario. Niveles de patetismo extremo donde unos son excesivamente enterados y otros sólo persiguen a las ovejas más espabiladas, esas que necesariamente no tienen por qué conocer el camino por el que van e irremediablemente condenan al resto al precipicio. Como diría un amigo mío: "esos que no tienen ni 4º ESO pero sí un Doctorado en Filosofía". Y es que, como pasa una y otra vez de forma interrumpida, exhortamos a los demás a que decidan mientras les decimos qué deben decidir.

 Me niego, si no es algo que se presupone, a ir escribiendo tras cada punto y seguido "en mi opinión", como si de cierto jurista dramatizado tuviera que hacer reflejo, como si no fuera más que obvio que mis palabras son sólo mías y, por lo tanto, se sobreentiende la opinión que forma parte de ellas (inherente, como se diría formalmente, igual que la estupidez en el ser humano). Porque no sería la primera vez que debiera aclarar esto, teniendo en cuenta que la gente, en ausencia de argumentos tácitos, decide prescindir de las neuronas en pos de perseguir un tecnicismo, como si así consiguiese anular la credibilidad del orador y ganar sin temer por chamuscarse el cerebro.

 Es en la universidad donde me he dado cuenta de que se encuentran los cerebros más idealistas y los que menos ideas tienen. Ésos que pretenden cambiar el mundo desde donde sea, ya sea mojándose los pies o esperando su momento; ésos que parece que pretenden cambiar el mundo, acuñando puestos de responsabilidad si es necesario para que parezca que se mueven en pos de la libertad estudiantil y el librepensamiento; ésos que actúan como villanos, cuando una vez fueron los acribillados.

 Si algo bueno tiene mi escuela es que está llena de personas con ideales. Si algo bueno tiene mi escuela es que ha conseguido que me vuelva un poco revolucionaria. Me he pasado gran parte de mi vida quejándome de gran cantidad de cosas hasta que he conseguido movilizarme para cambiar algunas, por lo menos las que se encuentren más a mi alcance. Es por eso, quizá, que entiendo mejor la frustración de la gente que se mueve por el cambio cuando algunas circunstancias se escapan a su capacidad de modificación del entorno. 

 Cuando decides coger las riendas de tu mundo, dejas de entender a ésos que prefieren embotar el cerebro de los menos avispados para formar un ejército de personas que parece que piensan por sí mismas, que desarrollan una ristra de argumentos degenerados al respecto de por qué piensan lo que en realidad piensan otros. Es la nueva hipocresía, ésa en la que las personas se intentan convencer a sí mismas de que es su pensamiento, cuando en realidad no es más que otro Origen. Bien por ustedes, han conseguido creer que sus ideas desarrolladas son inteligentes a la par que originales. Y qué más.

Foto: thrumyeye
Share on:
  • ← Previous post
  • Este blog está lleno de ideas que se me pasan por la cabeza. La intención (la mayoría de las veces) no es ofender.
  • Hola, mi nombre es Ruth y soy ingeniera aeronáutica, residente en Madrid (España)
140x140

Ruth Salinas

Founder of the website
Facebook Twitter Instagram Spotify
Labels
  • Abril
  • Adiós
  • Año
  • Cambios
  • Diciembre
  • Enero
  • Sentimientos
latest posts
latest comments

Popular Posts

    Crazy La La Land Crazy La La Land
    Igual no somos tan brillantes Igual no somos tan brillantes
    Cheshire Cat (Gato Risón) Cheshire Cat (Gato Risón)
    no image School Days
    no image Vivir en la parra
    Arriba Arriba
    No me malinterpretes... No me malinterpretes...
    no image Hobbies malos
    no image Transhumanismo
    Sombras Sombras
Powered by Blogger.

Contact Form

Name

Email *

Message *

Este blog está creado para expresar mis ideas y compartir mi vida y mi forma de pensar. No dudes en compartir tus pensamientos conmigo y en darme feedback por las redes sociales.

Facebook Twitter Instagram

Gominolas World

  • Home
Created By SoraTemplates | Distributed By MyBloggerThemes