{Me conmueve...*un tercio*}
Uno en la vida tiene ganas de hartarte. Hoy me harto, dices, como descubrir algo que significa nada. Comprar un té sabor chocolate y beber, oliendo chocolate con sabor a té. Algo inocuo, desgradable, que te hace hartarte.
Te levantas un dÃa y dices: tengo que hacer algo con mi vida. Pero a lo largo de la mañana ésta continúa como lo ha hecho siempre, sin hacer algo por ella. Te estructuras, te organizas y programas (y te olvidas del end program), lo plasmas en algún papel que sea testigo de la buena voluntad de tu maquinación. Y a la hora de cumplimentar el orden, lo desordenas todo y dedices dejarlo para otro dÃa.
Te repites como miles de cosas que se repiten. Las natillas, las disculpas, los buenos dÃas y la envidia. Asumes tu rol repetitivo, insistes sobre ello, no porque vaya mejor o peor, sino porque simplemente puedes hacer y deshacer la buena excusa que te permite hartarte. Me harto de repetirme, dices, y por hartarte de nuevo te vuelves a repetir y, a su vez, hartarte de nuevo.
Te hartas de repetirte, y te repites porque tienes que repetirte. Como estructurarte y dejarlo, porque se repite la dejadez y sin ella no podrÃas hartarte, de dejadez y de repetición. Te hartas de hacer cosas que no tienen sentido. Hoy acercas y mañana estás alejando, para acercar de nuevo, con una desviación necesaria, y volver a alejar al siguiente. Es una repetición, como todas las demás, pero tonta, necia, una sandez digna de un código jeroglÃfico de periódico, que aún con la solución delante sigues sin entender.
Encuentras coincidencias en lo innegociable. Porque las personas, distantes y juntas, pueden parecerse en lo indecible, pueden ser iguales, similares o comunes, compartir frases hechas, risa y forma de pensar; sin verse jamás. Y ves las diferencias, la repetición de caracteres y no te gusta. Te hartas de que algo se repita, y decides cuál de ambas personas parecidas (ambas, o tres, cuatro...) te harta más, no porque tenga cosas desagradables, sino porque se repite más. La ley del que llega primero se lo queda todo. Y si te repites, es porque hubo alguien que tuvo la idea o la decencia de pronunciarse antes.
Y ya no te repites más. Te dejas influenciar por la desgana, simulada en desestrés, divagando entre su posible existencia gramatical y sus consecuencias nefastas para el bien estudiantil. Y te da igual, porque te tiene que dar igual para que no te repites, y sucumbes a la no repetición. Te das cuenta, la repetición te lleva a la perdición, y la no repetición a la desgana, a la conclusión. Ambos son finales de designios que, bien crea todo el que lo piense, te llevan al mismo lugar: hartarte.
Te levantas un dÃa y dices: tengo que hacer algo con mi vida. Pero a lo largo de la mañana ésta continúa como lo ha hecho siempre, sin hacer algo por ella. Te estructuras, te organizas y programas (y te olvidas del end program), lo plasmas en algún papel que sea testigo de la buena voluntad de tu maquinación. Y a la hora de cumplimentar el orden, lo desordenas todo y dedices dejarlo para otro dÃa.
Te repites como miles de cosas que se repiten. Las natillas, las disculpas, los buenos dÃas y la envidia. Asumes tu rol repetitivo, insistes sobre ello, no porque vaya mejor o peor, sino porque simplemente puedes hacer y deshacer la buena excusa que te permite hartarte. Me harto de repetirme, dices, y por hartarte de nuevo te vuelves a repetir y, a su vez, hartarte de nuevo.
Te hartas de repetirte, y te repites porque tienes que repetirte. Como estructurarte y dejarlo, porque se repite la dejadez y sin ella no podrÃas hartarte, de dejadez y de repetición. Te hartas de hacer cosas que no tienen sentido. Hoy acercas y mañana estás alejando, para acercar de nuevo, con una desviación necesaria, y volver a alejar al siguiente. Es una repetición, como todas las demás, pero tonta, necia, una sandez digna de un código jeroglÃfico de periódico, que aún con la solución delante sigues sin entender.
Encuentras coincidencias en lo innegociable. Porque las personas, distantes y juntas, pueden parecerse en lo indecible, pueden ser iguales, similares o comunes, compartir frases hechas, risa y forma de pensar; sin verse jamás. Y ves las diferencias, la repetición de caracteres y no te gusta. Te hartas de que algo se repita, y decides cuál de ambas personas parecidas (ambas, o tres, cuatro...) te harta más, no porque tenga cosas desagradables, sino porque se repite más. La ley del que llega primero se lo queda todo. Y si te repites, es porque hubo alguien que tuvo la idea o la decencia de pronunciarse antes.
Y ya no te repites más. Te dejas influenciar por la desgana, simulada en desestrés, divagando entre su posible existencia gramatical y sus consecuencias nefastas para el bien estudiantil. Y te da igual, porque te tiene que dar igual para que no te repites, y sucumbes a la no repetición. Te das cuenta, la repetición te lleva a la perdición, y la no repetición a la desgana, a la conclusión. Ambos son finales de designios que, bien crea todo el que lo piense, te llevan al mismo lugar: hartarte.
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