
{Apocalipsis}
Juro, y perjuro, que he estado tentada de titular esta entrada Cataclismo (por la futura e inminente llegada del World of Warcraft Cataclysm), pero he intentado controlarme un poco, que mi blog todavía no está preparado para tantas variaciones. Y de eso va mi entrada: de variaciones.
No me he sentido en disposición de leer todas las entradas que ocupan este blog, lo cual sería bastante loable y práctico para el estudio del mismo, pero que no me reporta más que un simple dolor de cabeza y el descubrimiento de ideas que he desterrado de mi cabeza con bastante acierto. Me creo con la suficiente capacidad de darme cuenta que mi mente ha sufrido un proceso de estupidez progresivo a lo largo de mi vida o, para ser concretos, a lo largo de estos tres últimos años en los que mi prosa ha dejado huella de su existencia en este espacio virtual. He sufrido una degradación, un declive de mis ideas, de mi capacidad para transmitir la misma y de mi pensamiento propio, de hacer posible que mi mente cree nuevas y exultantes ideas. Y ya no sé qué pensar.
Me rindo al hecho de que mi blog, que no es otra cosa que la extensión de mi mente y mi personalidad, sufre un apocalipsis, un capítulo final y bíblico de toda su existencia. Aviso: no significa que mi blog de fin a su existencia. Pero necesita renacer como un fénix y necesito imponer mi necesidad de negarme a escribir si mi mente no divaga por otros universos más literariamente consistentes.
Hoy, simplemente, ha sido un día para recordar. He recordado que, antiguamente, el adverbio hoy me servía para infinidad de comienzos: de mis experiencias, de mis historias, de mis divagaciones y ocurrencias. Hoy, además, me he dado cuenta de que lo echaba de menos e, independientemente de si lo he seguido usando con la misma frecuencia, no lo sentía como propio.
He visto con mis propios ojos pensamientos de épocas pasadas. Parece que hable del Neolítico, pero se me permite la distorsión temporal. Me he pasado la tarde organizando mis documentos del ordenador, en un intento de evadirme de la rutina del estudio obsesivo-compulsivo, y de pensar en mi descanso un pequeño rato. Entre esos documentos encontré mis archiconocidas entradas del Fotolog, dándome cuenta de que, por pequeñas e inocuas que fueran, siempre tenía algo que decir de una forma distinta, sin centrarme en contar unos hechos que, dichos claramente y sin aliciente, no tenían interés ni para mí.
Recordé una vieja entrada, del día que suspendí mi primer examen. Ese día amenacé con llenar de virus cibernéticos los ordenadores de todas aquellas personas que osaran dudar de mi palabra, que era el estar convencida del suspenso. Vista esa nota y vista la que saqué en Física (que, por motivos orgullosos, me niego a escribir), lo de aquel día fue una simple pataleta de niña pequeña e inofensiva comparada con la que podría hacer actualmente. En ese momento me enrabieté, grité, lloré, me pegué las hojas de los cálculos en la pared para autocastigarme y me obligué una y mil veces a pensar que mi destino no estaba en sacar esa rídicula nota. Ahora me limito a deprimirme, y no sé de dónde ha salido esa personalidad aún más infantil y estúpida. Yo no soy estúpida, no soy una adolescente depresiva que toma tranquilizantes para calmar sus insulso pensamientos que se basan en compras, chicos y amigas.
Y, entre recuerdo y recuerdo, me tengo que recordar a mí misma quien soy. Hoy, también, he recuperado parte de mi personalidad. Madrid era la entrada de una etapa que se suponía práctica para superar mis vicios de antisocial, de obligarme a hacer amistades para una buena supervivencia, para conocer gente y enriquecerme con ella, para empezar a hacer cosas que no hacía antes (por voluntad propia) y todo lo que se ocurra. Pero poco a poco lo estoy dejando. Y eso me gusta, me gusta porque en parte sigo siendo yo, lo que lleva a cuestionarme que pueda cambiar. Y si no cambio, al final este apocalipsis puede que simplemente sea eso, un apocalipsis, un renacer.
No me he sentido en disposición de leer todas las entradas que ocupan este blog, lo cual sería bastante loable y práctico para el estudio del mismo, pero que no me reporta más que un simple dolor de cabeza y el descubrimiento de ideas que he desterrado de mi cabeza con bastante acierto. Me creo con la suficiente capacidad de darme cuenta que mi mente ha sufrido un proceso de estupidez progresivo a lo largo de mi vida o, para ser concretos, a lo largo de estos tres últimos años en los que mi prosa ha dejado huella de su existencia en este espacio virtual. He sufrido una degradación, un declive de mis ideas, de mi capacidad para transmitir la misma y de mi pensamiento propio, de hacer posible que mi mente cree nuevas y exultantes ideas. Y ya no sé qué pensar.
Me rindo al hecho de que mi blog, que no es otra cosa que la extensión de mi mente y mi personalidad, sufre un apocalipsis, un capítulo final y bíblico de toda su existencia. Aviso: no significa que mi blog de fin a su existencia. Pero necesita renacer como un fénix y necesito imponer mi necesidad de negarme a escribir si mi mente no divaga por otros universos más literariamente consistentes.
Hoy, simplemente, ha sido un día para recordar. He recordado que, antiguamente, el adverbio hoy me servía para infinidad de comienzos: de mis experiencias, de mis historias, de mis divagaciones y ocurrencias. Hoy, además, me he dado cuenta de que lo echaba de menos e, independientemente de si lo he seguido usando con la misma frecuencia, no lo sentía como propio.
He visto con mis propios ojos pensamientos de épocas pasadas. Parece que hable del Neolítico, pero se me permite la distorsión temporal. Me he pasado la tarde organizando mis documentos del ordenador, en un intento de evadirme de la rutina del estudio obsesivo-compulsivo, y de pensar en mi descanso un pequeño rato. Entre esos documentos encontré mis archiconocidas entradas del Fotolog, dándome cuenta de que, por pequeñas e inocuas que fueran, siempre tenía algo que decir de una forma distinta, sin centrarme en contar unos hechos que, dichos claramente y sin aliciente, no tenían interés ni para mí.
Recordé una vieja entrada, del día que suspendí mi primer examen. Ese día amenacé con llenar de virus cibernéticos los ordenadores de todas aquellas personas que osaran dudar de mi palabra, que era el estar convencida del suspenso. Vista esa nota y vista la que saqué en Física (que, por motivos orgullosos, me niego a escribir), lo de aquel día fue una simple pataleta de niña pequeña e inofensiva comparada con la que podría hacer actualmente. En ese momento me enrabieté, grité, lloré, me pegué las hojas de los cálculos en la pared para autocastigarme y me obligué una y mil veces a pensar que mi destino no estaba en sacar esa rídicula nota. Ahora me limito a deprimirme, y no sé de dónde ha salido esa personalidad aún más infantil y estúpida. Yo no soy estúpida, no soy una adolescente depresiva que toma tranquilizantes para calmar sus insulso pensamientos que se basan en compras, chicos y amigas.
Y, entre recuerdo y recuerdo, me tengo que recordar a mí misma quien soy. Hoy, también, he recuperado parte de mi personalidad. Madrid era la entrada de una etapa que se suponía práctica para superar mis vicios de antisocial, de obligarme a hacer amistades para una buena supervivencia, para conocer gente y enriquecerme con ella, para empezar a hacer cosas que no hacía antes (por voluntad propia) y todo lo que se ocurra. Pero poco a poco lo estoy dejando. Y eso me gusta, me gusta porque en parte sigo siendo yo, lo que lleva a cuestionarme que pueda cambiar. Y si no cambio, al final este apocalipsis puede que simplemente sea eso, un apocalipsis, un renacer.
0 huellitas