{Vi un ángel *la recta final*}
Y sí, odio a Robbie Williams. Sólo me producía placer hacer constar que la similitud entre su canción, aquella que una vez vi en un ranking de "cantantes de habla inglesa cantando en español", y el título de mi entrada es simplemente eso: una similitud en el fraseo.
Echaba de menos tener algo que contar. Poder acariciar las teclas y de golpe, aporrearlas con convicción al ser testigo de hasta dónde pueden llegar mis palabras. Pero me había perdido en los tiempos y la distancia, en el calor soporífero que amansa a las fieras y en el terrorífico verano que inyecta los ojos en sangre debido al no parpadeo de contemplar una pantalla, cualquier tipo de pantalla.
El verano es un fenómeno desafortunado, y me duele reconocer que me he librado de él por tres fenómenos insospechados a medias. A saber: la quemazón en la piel del Sol, que me ha hecho darme cuenta de que el calor ya no va a ser jamás mi aliado; la preparación de un evento apoteósico en el que espero poder hacer breves retransmisiones o incursiones para dejar una huella de mi paso; y, sorpresivamente, un libro. Porque alguna vez tendría que volver a leer libros sin repetición, tal y como ansiaba. No quiero ser alarmista, ni pensar que un libro de ángeles, religión y divinidad conseguirá desviarme de la senda de la manzana, va a limpiar mi impía alma y me va a hacer católica, creyente y servicial de repente. Pero no me cuesta dar las gracias, como tampoco me cuesta reconocer que mis sueños se han hecho siervos de la imaginación que contiene cada mente en cada libro.
Mis sueños últimamente no son muy contemplativos, más bien se desenvuelven por especulación. Hay veces en las que confundo la cordura de saberme despierta con la locura de la duermevela, o la seguridad del sueño. Me pierdo en una imaginación nocturna que siempre es preferible a esos momentos de reflexión entre que te duermes y entre que todo está en silencio. Luego, al despertar, no sé si mientras seguía despierta antes del sueño, continué mi imaginación, o fue durante el descanso cuando mi subconsciente decidió continuar esa historia que dejé a medias.
Me gusta creer que soy capaz de imaginar algo que luego, al dormir, se desenvuelve de manera ajena a mí. Es el hecho de empezar una historia que sabes que nunca se va a cumplir porque eres capaz de volar, porque te quedaste huérfana o decidiste imaginarte pelirroja; o quizá por el simple hecho de que eres cantante o tienes cualidades mejores o peores que las reales. Pero, de pronto, y gracias al sueño, esa historia que tenías controlada da giros inesperados de guión, el argumento se extiende por otros derroteros, o todo vuelve a su cauce.
Y así, de esa manera, una parte de ti que no controlas, decide cambiar por completo tu historia, a pesar de que va a seguir siendo tuya y no la reconozcas. Y despertarás sumida en un mar de lágrimas por haber perdido a un ser querido que sabes que sigue en tu vida real, abrazada a un ángel que te ha salvado tu vida, cuando nunca ha corrido peligro.
Echaba de menos tener algo que contar. Poder acariciar las teclas y de golpe, aporrearlas con convicción al ser testigo de hasta dónde pueden llegar mis palabras. Pero me había perdido en los tiempos y la distancia, en el calor soporífero que amansa a las fieras y en el terrorífico verano que inyecta los ojos en sangre debido al no parpadeo de contemplar una pantalla, cualquier tipo de pantalla.
El verano es un fenómeno desafortunado, y me duele reconocer que me he librado de él por tres fenómenos insospechados a medias. A saber: la quemazón en la piel del Sol, que me ha hecho darme cuenta de que el calor ya no va a ser jamás mi aliado; la preparación de un evento apoteósico en el que espero poder hacer breves retransmisiones o incursiones para dejar una huella de mi paso; y, sorpresivamente, un libro. Porque alguna vez tendría que volver a leer libros sin repetición, tal y como ansiaba. No quiero ser alarmista, ni pensar que un libro de ángeles, religión y divinidad conseguirá desviarme de la senda de la manzana, va a limpiar mi impía alma y me va a hacer católica, creyente y servicial de repente. Pero no me cuesta dar las gracias, como tampoco me cuesta reconocer que mis sueños se han hecho siervos de la imaginación que contiene cada mente en cada libro.
Mis sueños últimamente no son muy contemplativos, más bien se desenvuelven por especulación. Hay veces en las que confundo la cordura de saberme despierta con la locura de la duermevela, o la seguridad del sueño. Me pierdo en una imaginación nocturna que siempre es preferible a esos momentos de reflexión entre que te duermes y entre que todo está en silencio. Luego, al despertar, no sé si mientras seguía despierta antes del sueño, continué mi imaginación, o fue durante el descanso cuando mi subconsciente decidió continuar esa historia que dejé a medias.
Me gusta creer que soy capaz de imaginar algo que luego, al dormir, se desenvuelve de manera ajena a mí. Es el hecho de empezar una historia que sabes que nunca se va a cumplir porque eres capaz de volar, porque te quedaste huérfana o decidiste imaginarte pelirroja; o quizá por el simple hecho de que eres cantante o tienes cualidades mejores o peores que las reales. Pero, de pronto, y gracias al sueño, esa historia que tenías controlada da giros inesperados de guión, el argumento se extiende por otros derroteros, o todo vuelve a su cauce.
Y así, de esa manera, una parte de ti que no controlas, decide cambiar por completo tu historia, a pesar de que va a seguir siendo tuya y no la reconozcas. Y despertarás sumida en un mar de lágrimas por haber perdido a un ser querido que sabes que sigue en tu vida real, abrazada a un ángel que te ha salvado tu vida, cuando nunca ha corrido peligro.
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