{Suicidando a Valentín}
Siempre suelo recordar el 14 de Febrero. Me gusta pensar en él como un día normal, como una ironía y una contradicción. Saberlo diferente del resto de días pero no como todo el mundo, no saberlo como el día del amor, ese día especial en el que las parejas se adoran. Odio San Valentín, y por ello me gusta recordarlo por ser ese día en el que las personas son hipócritas, y por ello es un día normal; todos somos hipócritas cada día y un día falso es un día común, conocido.
Siempre suelo recordarlo, para evitar que sea un día normal. Este año, con todo mi pesar, se pasó San Valentín como debía ser: un día como otro cualquiera. Y al absorberme esa idea por completo, perdí la noción del tiempo y cuando quise darme cuenta era 15 y se había pasado el día en el que tenía que escribir sobre el amor.
Por si nadie se ha percatado aun, es un tema al que apenas suelo recurrir. De hecho, cuando escribo de amor, no es porque recurro a él sino porque lo hago explícitamente y con un propósito: no repetirme. La repetición embota el cerebro y esta semana yo he sido víctima de lo que hace la repetición. He necesitado dos días y medio para respirar el aire de las novedades que implica el desperdiciar el tiempo. Y después de respirar el aire de novedad, de respirarme a mí misma, me he encontrado y he sido feliz.
Puedo decir que mi día de San Valentín ha consistido en amarme. Quien me conoce sabe que mi narcisismo es apabullante y que supera cotas jamás vistas. En cierta ocasión me coloqué en el cielo junto a los ángeles, para plasmar en qué escala se encuentra mi autoestima. Pero nunca me he querido, ni he tenido un ratito para mí. Siempre ha sido para unos propósitos, míos pero no míos, propósitos para mi futuro, para mi vida, para mi carrera....pero no míos, no para mí, sin más. Y este fin de semana me he respirado, analizado y contemplado como yo misma. Y me he gustado.
No como me he gustado siempre, no me he admirado por las cosas que he logrado hacer o por las decisiones que he sido capaz de tomar, o por las comederas de cabeza que he podido superar. Me he querido, me he respirado y, al respirarme a mí misma, me he podido ver como siempre quise.
Muchas veces dije: la gente dice que soy mala, yo lo digo, pero no sé si en realidad lo soy o es que quiero serlo.
Muchas veces dije: la gente dice que soy creído, yo lo digo, pero no sé si en realidad lo soy o es que oculto mis complejos.
Muchas veces dije: la gente dice que soy lista, yo lo digo, pero no sé si en realidad lo soy o es que me asusta comprobar que hay gente más lista o que sin inteligencia consigue más cosas.
Muchas veces dije: me he superado. ¿Pero lo hice? ¿Fue una dura prueba meritoria? ¿O era otro problema innecesario e impuesto por mí misma?
Muchas veces dije: hoy tengo pesadillas, hoy estoy triste. ¿Pero lo estaba? ¿No era una rabieta de niña encaprichada que no sabe lo que quiere? ¿Que no tiene lo que desea?
Hoy ya no digo nada, hoy afirmo. Hoy sé lo que quiero y me quiero a mí. Quiero saberme feliz con cada acción que cometa, quiero saberme contenta por cada logro, sentir la recompensa que hay tras el esfuerzo. Hoy no quiero a nadie que no sea yo. Ni hoy, ni mañana, nunca. Ya no quiero lo que no me hace falta, ya no quiero caprichos ni pensar que necesito sentirme querida.
Porque me quiero yo.
Así que ayer maté a Valentín, lo cogí del pescuezo y le dije nada. Él sabía que era su final, y que no tenía otra opción que superarse a sí mismo, como hice yo, para sobrevivir.
Me gusta recordar el 14 de Febrero, pensarlo como un día normal, como una paradoja. Me gusta pensar que el día de los enamorados no es un día de parejas, sino un día de individualismos en el que logremos querernos para poder entender cómo se quiere a los demás.
Siempre suelo recordarlo, para evitar que sea un día normal. Este año, con todo mi pesar, se pasó San Valentín como debía ser: un día como otro cualquiera. Y al absorberme esa idea por completo, perdí la noción del tiempo y cuando quise darme cuenta era 15 y se había pasado el día en el que tenía que escribir sobre el amor.
Por si nadie se ha percatado aun, es un tema al que apenas suelo recurrir. De hecho, cuando escribo de amor, no es porque recurro a él sino porque lo hago explícitamente y con un propósito: no repetirme. La repetición embota el cerebro y esta semana yo he sido víctima de lo que hace la repetición. He necesitado dos días y medio para respirar el aire de las novedades que implica el desperdiciar el tiempo. Y después de respirar el aire de novedad, de respirarme a mí misma, me he encontrado y he sido feliz.
Puedo decir que mi día de San Valentín ha consistido en amarme. Quien me conoce sabe que mi narcisismo es apabullante y que supera cotas jamás vistas. En cierta ocasión me coloqué en el cielo junto a los ángeles, para plasmar en qué escala se encuentra mi autoestima. Pero nunca me he querido, ni he tenido un ratito para mí. Siempre ha sido para unos propósitos, míos pero no míos, propósitos para mi futuro, para mi vida, para mi carrera....pero no míos, no para mí, sin más. Y este fin de semana me he respirado, analizado y contemplado como yo misma. Y me he gustado.
No como me he gustado siempre, no me he admirado por las cosas que he logrado hacer o por las decisiones que he sido capaz de tomar, o por las comederas de cabeza que he podido superar. Me he querido, me he respirado y, al respirarme a mí misma, me he podido ver como siempre quise.
Muchas veces dije: la gente dice que soy mala, yo lo digo, pero no sé si en realidad lo soy o es que quiero serlo.
Muchas veces dije: la gente dice que soy creído, yo lo digo, pero no sé si en realidad lo soy o es que oculto mis complejos.
Muchas veces dije: la gente dice que soy lista, yo lo digo, pero no sé si en realidad lo soy o es que me asusta comprobar que hay gente más lista o que sin inteligencia consigue más cosas.
Muchas veces dije: me he superado. ¿Pero lo hice? ¿Fue una dura prueba meritoria? ¿O era otro problema innecesario e impuesto por mí misma?
Muchas veces dije: hoy tengo pesadillas, hoy estoy triste. ¿Pero lo estaba? ¿No era una rabieta de niña encaprichada que no sabe lo que quiere? ¿Que no tiene lo que desea?
Hoy ya no digo nada, hoy afirmo. Hoy sé lo que quiero y me quiero a mí. Quiero saberme feliz con cada acción que cometa, quiero saberme contenta por cada logro, sentir la recompensa que hay tras el esfuerzo. Hoy no quiero a nadie que no sea yo. Ni hoy, ni mañana, nunca. Ya no quiero lo que no me hace falta, ya no quiero caprichos ni pensar que necesito sentirme querida.
Porque me quiero yo.
Así que ayer maté a Valentín, lo cogí del pescuezo y le dije nada. Él sabía que era su final, y que no tenía otra opción que superarse a sí mismo, como hice yo, para sobrevivir.
Me gusta recordar el 14 de Febrero, pensarlo como un día normal, como una paradoja. Me gusta pensar que el día de los enamorados no es un día de parejas, sino un día de individualismos en el que logremos querernos para poder entender cómo se quiere a los demás.
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