La siempre solitaria cuidadora de mariposas, estaba sentada en el porche de su pequeña casita a las afueras de la ciudad siempre insatisfecha.
Le gustaba la soledad de una tarde tranquila con la compañía de sus buenas mariposas que le aportaban seguridad y cariño. Siempre estaban con ella y nunca la importunaban.
La mujer no solía acercarse mucho a la ciudad. La polución, la gente siempre tan altanera y los peligros de la metrópolis no le gustaban demasiado a la tranquila señora. Pero una tarde decidió dar un paseo para ver las miserias del mundo, dejando a sus pobre mariposas solas, pero por poco tiempo, ya que no tenía la fuerza necesaria para abandonarlas durante un largo periodo.
Las calles y sus habitantes estaban igual que siempre, nada parecía cambiar las malas costumbres de las personas. Al andar por una calle sinuosa llena de gente preocupada y con prisas indecorosas, encontró a una pequeña niñita que parecía no tener dinero ni familia y andaba por esa calle perdida con la mirada triste. Entró en una tiendita de cerca y compró una piruleta enorme y preciosa para esa niña, a la que se le iluminó la cara de felicidad al ver a la mujer. Caminaron durante horas sin decirse una palabra. La mujer comprendía que para esa niña, la compañía de alguien era algo con lo que no contaba desde hacía mucho tiempo y que eso, le bastaba para ser feliz por lo menos esa tarde.
Desde entonces, la mujer decidió ir todos los días a la ciudad para encontrarse con la niña. Pasaban ratos agradables y por las noches, la mujer le hablaba a sus mariposas de la vida de la niña, de como era y de sus tardes, para que las mariposas no se sintieran tristes y vieran, que la niña necesitaba de la mujer. A veces hablaba de llevar a la niña para que se conocieran, y la niña maravillada al pensar en las mariposas que vería, rebosaba de felicidad y volvía el color a sus mejillas.
La tarde en la que la mujer estaba dispuesta a llevar a la niña para que viera las mariposas, que por supuesto iba a ser una gran sorpresa, había recogido todo en su casita y había puesto las mariposas en un bonito lugar. Las mariposas parecían realmente contentas por tener más visita que la de su dueña y todas ellas se quedaron quietas en las jaulas esperando a que la mujer volviera de la ciudad con la niña de la mano.
La mujer, contenta y con gran emoción, iba por la ciudad y decidió coger un atajo para llegar antes y que la niña pudiera disfrutar de más tiempo con sus queridas mariposas.Al girar por el callejón, se encontró un grupo de bándalos dispuestos a atracar a la mujer. Ella les suplicaba que la dejaran ir, ya que no tenía nada para darles y si lo tuviera, con gusto se lo daría. Pero aquellos ladronzuelos no parecían muy dispuestos a dejar ir a su presa sin haber conseguido nada. La amenazaban con un cuchillo afilado pero la mujer, suplicante, decía una y otra vez que no tenía nada. Pero aquello no bastó, los bándalos la atacaron y le clavaron el cuchillo en el abdomen. Cuando iban a dar el segundo cuchillazo, surcaron el cielo decenas de mariposas que con rapidez, descendieron en picado y sobrevolaron a los atacantes de la mujer. Éstos salieron corriendo, pensando que no iban a sacar nada de una pelea contra unas míseras mariposas. Las mariposas rodearon a la mujer, preocupadas.Pero ya era tarde. Aquel cuchillazo terminó con la vida de la pobre mujer y las mariposas nada pudieron hacer sino quedarse a su alrededor, velando porque en otro lugar le fuera mejor.
Durante los siguientes días las mariposas intentaron buscar a esa niña que se había quedado de nuevo sola. Pero por mucho que lo intentaron e intentaron, nunca pudieron encontrar a la niña de los rizos dorados.
Gominolas World
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